INFORMACION SOBRE OAXACA Oaxaca acceso a Sergi Reboredo
El estado de Oaxaca está situado al sureste de la República Mexicana, limita al norte con los estados de Veracruz y Puebla, al Este con Chiapas, al Oeste con Guerrero y al Sur con el Oceano Pacifico.  El nombre de Oaxaca viene del Nahuatl Huayacac, cuyas raices son Huaxin (guaje) y Yacalt (cima o nariz, punta o principio, traducido como la nariz o punta de los guajes).  La ciudad de Oaxaca fue elevada a rango de ciudad por Carlos V en el año de 1532.  Actualmente su población es de 244,727 habitantes y en todo el estado viven 3'224,270 personas.  Su extensión territorial es de 95,364 km2., lo cual corresponde al 4.85% del total de la República Méxicana. Su población es de mas de 3 millones de habitantes.  Su altura sobre el nivel del mar es de 1,550 MTS. La temperatura promedio anual es de 29,3 °C (maxima) y de 12,5 °C (minima).  Posee un clima muy variado debido a lo accidentado de su terreno; es caliente seco en la región costera del pacifico, caliente humedo en el litoral del pacifico y las variantes de la Sierra Madre, templado en el resto del estado y frio en lugares de altitud superior a los 2,000 MTS. sobre el nivel del mar.  La ciudad de Oaxaca de Juarez, capital del estado, se localiza en el centro del mismo en el area correspondiente al distrito del centro, entre los paralelos 15° 42' y 18 ° 22' latitud norte y en 3° 42' y 16° 14' longitud este del meridiano de México. La celebración de los Días de Muertos en Oaxaca es una ceremonia popular que invoca a los espíritus de los ancestros para invitarlos a "convivir" en el mundo terrenal, por lo que se procura agasajarlos en la forma más atenta. Su visita entre nosotros obedece a un permiso obtenido desde el más allá para que las ánimas de los difuntos puedan visitar a sus parientes. Los muertos retornan a su hogar por que son atraídos por sus antiguas pertenencias o por el amor de sus deudos. Posee cumbres de más de tres mil metros de altura (casi diez mil pies), cavernas que se encuentran entre las más profundas del mundo, playas vírgenes, selvas escondidas y valles luminosos que acogen poblaciones donde se funden, como en un crisol, las culturas de todos los pueblos que han pasado por su piel, zapotecas, mixtecos y los catorce restantes grupos étnicos que aún conservan su cultura y sus costumbres; hasta los españoles. En fin, Oaxaca es el estado más diverso de México.  Según la tradición mixteca, una persona sana es alguien que está contenta, serena, con ganas de trabajar y de comer; le brillan los ojos y no tiene inconvenientes con su familia, vecinos o autoridades. Cualquier individuo puede alcanzar tal estado de salud. Lo difícil es hacerlo lejos de Oaxaca, de los valles, las playas, los mercados, las fiestas, las lenguas, los misterios y la luz de Oaxaca. A sus costas arriban cada año miles de tortugas marinas, no muy lejos de los centros turísticos de Bahías de Huatulco o Puerto Escondido, donde turistas de todo el mundo disfrutan en hoteles de superlujo de las cálidas aguas del Pacífico. Oaxaca cuenta con dos lugares declarados por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad --el Centro Histórico y la zona arqueológica de Monte Albán--, atesora riquezas prehispánicas y coloniales sin parangón en Mesoamérica, disfruta de todos los rasgos del progreso --comunicaciones, transportes, sanidad--, especialmente en su capital, y, sin embargo, aún no ha perdido ese aire de inocencia que la caracteriza, de comunidad anclada en un tiempo gozoso, que debe, sobre todo, a la fuerte presencia de sus poblaciones indígenas: dieciséis grupos étnicos que hablan más de ciento cincuenta variantes dialectales, cuidan con orgullo de sus tradiciones y modos de vida y aportan a Oaxaca pluralidad cultural y la mayor de sus riquezas: su gente.
     
Cerca de la capital, la Ciudad de Oaxaca, se levanta el árbol vivo más antiguo del mundo: el Arbol del Tule, un sabino que mide 42 metros de perímetro y sobrepasa los 2. 000 años de edad. El árbol ha sido testigo de gran parte de la historia de Oaxaca. Apenas comenzaba para Occidente la era cristiana cuando en Monte Albán ya se alzaba un emporio cultural de primer orden, una ciudad habitada por sabios, guerreros, astrónomos y agricultores que regía los destinos de las gentes de las nubes, más tarde conocidas, en lengua náhuatl, como zapotecas. Los zapotecas creían que el mundo estaba gobernado por una fuerza suprema sin principio ni fin, incognoscible y todopoderosa. La máxima divinidad, el hombre y la naturaleza formaban una unidad indisoluble y sus relaciones debían ser de mutuo respeto, equilibrio y agradecimiento. Un calendario solar de 365 días marcaba el paso de los años y las estaciones, mientras que otro calendario, ritual, de 260 días, codificaba las claves de la vida y los períodos en que el mundo se destruía y renovaba, como sacudido por un fuego cósmico purificador. Al declive de la cultura zapoteca siguió el auge de la mixteca, desplazada, a su vez, por el empuje de los aztecas, sin que ninguna llegara a extinguirse por completo. Cuando los españoles llegaron a Oaxaca se encontraron con un mosaico de culturas extendido sobre un territorio agreste y habitado por pueblos cuya vida venía dada por el cumplimiento de sus ritos y tradiciones. En 1524, Hernán Cortés se queja por carta al Rey de España del freno hallado en Oaxaca a su empeño conquistador. "Esta tierra --dice, refiriéndose a los valles ocupados por mixtecas y zapotecas-- es tan montañosa que no puede ser cruzada ni siquiera a pie." En cuanto a sus gentes, Cortés relata que envió por dos veces tropas contra los indígenas, "pero fueron incapaces de hallar victoria porque sus guerreros eran muy fieros y bien armados". Pocos años después, Cortés, hechizado por Oaxaca, confesaría su pasión por las mismas tierras que le parecieron ásperas y salvajes. "Bendito sea Dios que me permitió conocer estos lugares", dijo el español, quien obtuvo del Rey, para sí mismo, el marquesado del Valle de Oaxaca. En la época colonial, Oaxaca llegó a ocupar un lugar prominente en el desarrollo de la Nueva España. Las estancias de ganado mayor proveían de lanas a los telares de Puebla, las haciendas cultivaban caña de azúcar con la que se elaboraban los más afamados dulces del virreinato, se criaban los mejores caballos del continente, se explotaban el oro, la plata y los tintes derivados del empleo de la grana cochinilla, y a los puertos de Huatulco y Salina Cruz arribaban los tesoros de Perú, Guayaquil y Guatemala y las sedas, telas y especias cargadas en Filipinas. El desarrollo de las ciudades, puertos, ingenios e industrias, implantado en paralelo con las glorias y miserias de la tarea evangelizadora, no derrocó el sistema de creencias y modos de vida de las comunidades indígenas, que integraron sus viejos valores, sin apenas modificarlos, con los símbolos y prácticas de la nueva fe. En 1577, el obispo de la diócesis de Oaxaca, Fray Bernardo de Alburquerque, narra a Felipe II las dificultades de su tarea en una tierra donde los indios hablan 22 lenguas, viven "más derramados y esparcidos" que en Vizcaya y en Navarra y "maman las idolatrías de los pechos de sus madres".
     
De padres a hijos, el pasado prehispánico se ha transmitido siglo tras siglo y pervive y se manifiesta en las fiestas, los mercados, la música, la ropa, el habla y la gastronomía; en la importancia concedida, aún, al trabajo comunal, a los ritos de intercambio, a la ayuda recíproca; y en la estrecha vinculación entre la vida cotidiana y los rituales que alcanzan la esfera de lo sagrado.  La tradición, el ritual y la magia se expresan en las danzas, el medio secularmente empleado para propiciar y dominar la voluntad de las potencias misteriosas, según el análisis realizado por la investigadora Doctora Margarita Dalton. En cada comunidad, los consejos de ancianos, los cabildos y las gentes de sabiduría se han preocupado de mantener y alimentar las costumbres relacionadas con las danzas y su música, que, necesariamente, acompañan al hombre cuando tiene que actuar sobre las fuerzas del universo para propiciar la lluvia, la caza o las buenas cosechas; cuando celebra las bodas, acoge a los recién nacidos o despide a los muertos. "El danzante --dice la doctora Dalton-- no baila para su diversión o para la del público: sus danzas son una plegaria que invoca el apoyo de las fuerzas supremas que él considera dominan el mundo". Las danzas, que varían en cada región y en cada comunidad, evocan ritmos extraños y profundos, aunque a menudo vayan acompañadas por músicas reconocibles, nacidas, tal vez, en Mérida o en Durango, en Nápoles o en Zaragoza. Las máscaras sirven al danzante para tomar la personalidad del toro, el tigre, el europeo o el mismo diablo. Los atuendos son el orgullo de su propietario y la nota más colorista, brillante y distintiva no ya de los bailarines, sino de todas las comunidades indígenas y del propio Oaxaca.  Los vestidos tradicionales sorprenden y cautivan. En sus diseños, colores y texturas se mezclan las técnicas coloniales, los símbolos indígenas y el embrujo y colorido de las sedas llegadas de Oriente. Hay holanes flamencos, puntillas de bolillos, grecas con los misterios de Mitla, batistas recamadas y linos trabajados a la moda española del siglo XVII. Cada puntada revela una idea y un trabajo. Los colores se obtienen de la naturaleza: el rojo, de la grana cochinilla, insecto que vive en el nopal y que, una vez triturado y hervido, proporciona hasta dieciséis tonalidades de color; el azul, del índigo, nacido de la fermentación del añil; el negro, del huizache; el amarillo, del musgo de roca; y el púrpura, de un tipo de caracol marino que se captura, se ordeña y, una vez utilizada su esencia para obtener el mágico color, se devuelve al mar. El escenario más apropiado para lucir y observar, enseñar y compartir, se encuentra en las fiestas. En Oaxaca se celebran todas: Navidad, Pascua, Todos los Santos, la Constitución, el Día del Trabajo, el Día de la Virgen (cada pueblo tiene su Virgen) o su santo local, los héroes nacionales, las victorias y derrotas históricas, la Semana Santa y, por supuesto, Año Nuevo. Hay días especiales para festejar a los maestros, los carteros, los doctores o los periodistas. A todo ello se añade que cada barrio tiene su festejo comunal y cada familia tiene sus respectivos nacimientos, bautismos, confirmaciones, bodas y entierros, además de celebrar a las quinceañeras, que se engalanan para presentarse en sociedad al cumplir la edad del cambio.  La fiesta mayor de Oaxaca, la Guelaguetza, es la forma institucional de la reciprocidad. Los dos primeros lunes posteriores al 16 de julio, representantes de cada comunidad celebran en Oaxaca una fiesta cuyo nombre significa regalo u ofrenda mutua, manifiesta signos y claves de la tradición prehispánica y adorna con músicas y bailes el momento de compartir las cosechas y actividades de cada región: ejemplares de piñas, mangos, sarapes, cestos, bebidas, panes y café llueven sobre los asistentes como símbolo de la disposición general a compartir, intercambiar y sobrevivir unidos.
     
El lugar por excelencia del intercambio es el mercado. El escritor D. H. Lawrence, que vivió en Oaxaca, entiende los mercados oaxaqueños como un espacio ideado para la comunión de las gentes. "Los hombres --escribe en su obra Día de Mercado en Oaxaca-- han inventado dos excusas para acercarse a comulgar libremente en turbas heterogéneas y sin sospechas: la religión y el mercado. Una brazada de leña, una manta, unos cuantos huevos y tomates son suficientes para vender, comprar, regatear y cambiar. Cambiar sobre todas las cosas contacto humano. Ésta es la razón de su amor al regateo, aunque la diferencia sea 00000 un centavo".  Los mercados se suceden y se multiplican. Domingo en Tlacolula, lunes en Miahuatlán, martes en Ayoquezco, miércoles en Etla y Zimatlán, jueves en Ejutla y Zaachila, viernes en Ocotlán, sábado en Oaxaca. Los puestos se alinean y organizan por gremios, costumbres, familias o simples azares. Mujeres envueltas en sus prodigiosos huipiles gobiernan la mayoría de los puestos, dedicados a vender, cada uno, por lo general, una sola gama de productos, de modo que hace falta recorrer todo el mercado para obtener una completa representación del mundo. Cortés amaba los mercados oaxaqueños, cuyo origen quizá se encuentre junto con el de la primera cosecha, el primer afán. El espacio principal de Monte Albán es una plaza, un asiento de mercado. Los españoles levantaron la Ciudad de Oaxaca sobre un eje en el que se organizaban el poder público, el poder religioso y los mercados. Comprar, vender, cambiar y, sobre todo, comulgar.  Los templos coloniales tuvieron que competir, de un lado, con la explosión de vida de los mercados, y, de otro, con una naturaleza exuberante, cuyos colores y formas no eran imaginables en la sobria España. Los templos debían ser más altos que los sabinares, más grandes que los mercados, más ricos que la mejor de las minas. Y así son. Tal fue su locura. En 1546, Gonzalo de las Casas, pariente lejano de Cortés, hizo venir de España a Francisco Becerra Trujillo, autor del primer proyecto de El Escorial, para que dirigiera las obras de la iglesia de Yanhuitlán. Seis mil indios trabajaron sin descanso durante veinticinco años en esta construcción, de prodigiosa factura, rematada con magníficos artesonados de inspiración árabe; dirección española y elaboración indígena. El barroco español encontró un perfecto asiento para sus geniales desmesuras en Oaxaca. El ejemplo máximo quizá sea el templo de Santo Domingo, en la capital, pues no en balde fue el dedicado al patrono fundador de la Orden que más se distinguió por su tarea evangelizadora en estas tierras. El retablo, monumental, joya entre las joyas coloniales, es de oro.  Los dominicos extremaron su celo constructor por todas las tierras del Valle y especialmente en la Mixteca. En Cuilapan reunieron todos los estilos arquitectónicos de la Europa renacentista. En Tlacolula llegaron a forjar el púlpito en hierro. En Teposcolula existe una capilla abierta, considerada como una obra maestra, luminosa y genial.  Fue también un dominico, Fray Jordán de Santa Catalina, quien fundó la iglesia de San Jerónimo Tlacochahuaya, a la que quiso ajena a las riquezas del resto de la Orden y entregada por completo a la meditación. Sus celdas son, por tanto, lóbregas, bajas y oscuras. En ellas consumió 25 de sus cien años de vida Fray Juan de Córdoba, de quien se dijo que jamás tocó moneda alguna, sólo calzó zapatos para decir misa y escribió el primer diccionario en lengua zapoteca. Los indios de la región le siguen considerando un santo.
     
Oaxaca, tierra de visionarios, iluminados, artistas, soñadores y poetas. El filósofo Nietzsche quiso vivir en Oaxaca. El surrealista francés André Pieyre de Mandiargues soñó, después de haber amado a las mujeres de Tehuantepec, con un pequeño ángel femenino que se le apareció envuelto en una resplandeciente armadura sobre un campo de azucenas. John Lennon visitó las altas cumbres de Huautla, la sierra de los honguitos que conectan con la divinidad y las cavernas que alcanzan el centro de la Tierra. Benito Juárez nació en Guelatao, Ixtlán, Oaxaca, el 21 de marzo de 1806 y Porfirio Díaz, que fue Gobernador del Estado, preguntaba todos los días a su esposa, Doña Carmelita, en su exilio de París, qué nuevas había de Oaxaca, cómo era posible vivir sin la luz y el cielo de Oaxaca, sin las fiestas y los mercados de Oaxaca, sin la comida de Oaxaca.  En la avenida del Bosque, en París, Don Porfirio abominaba la comida francesa y echaba de menos la riqueza, la imaginación, la variedad y la poética de la cocina oaxaqueña. Oaxaca es la tierra de los siete moles, el quesillo, las carnes cocinadas bajo tierra, los tamales más deliciosos de México, los dulces más increíbles, el chocolate atole, el café de olla, el pan amarillo y todas las variedades imaginadas e imaginables del maíz. El antropólogo Kent Flannery sugiere que pudo ser el Valle de Oaxaca el primer lugar de América donde se llevó a cabo la domesticación y el cultivo del maíz. La historia dice que la cocina oaxaqueña sólo se explica desde el mestizaje de las tradiciones indígenas autóctonas, la suntuosidad de las mesas aztecas, el barroquismo colonial, una técnica compleja y el añadido de un ingrediente indispensable que empieza a ser inusual en el resto de las cocinas del mundo: tiempo. No existe nada en Oaxaca que iguale la perfección, el poder, y la grandeza del sitio arqueológico de Monte Albán. Una caminata en este lugar hace la gran diferencia; nos da la sensación de belleza y perfección de sus plazas y edificios, un sentido de fascinación el cual ha hecho de este sitio uno de los más visitados en todo el sureste de México. Veo a mi derecha, veo a mi izquierda, la vista panorámica del valle llena los sentidos; pararse sobre el edificio norte, y sintiendo el aire en la cara, trato de imaginar el movimiento urbano durante el auge de Monte Albán, su cultura, su civilización, su progreso y su religión. Cada plato oaxaqueño encierra muchas horas de trabajo frente a los fogones. Los tamales, por ejemplo, exigen lavar, asar, remojar las hojas del envoltorio, tostar y moler los chiles, cocer, descabezar y martajar el maíz, guisar el relleno, embarrar, rellenar, preparar el recipiente para su cocimiento, doblar, atar, acomodar, cocer y, finalmente, servir. El escritor Italo Calvino sólo se explica los lujos de la cocina oaxaqueña atribuyendo a las monjas de los conventos coloniales la paternidad de tan complicadas recetas. "Vidas enteras --escribe Calvino en Bajo el Sol Jaguar-- dedicadas a la búsqueda de nuevas mezcolanzas de ingredientes y variaciones de dosis, a la atenta paciencia combinatoria, a la transmisión de un saber minucioso y puntual". Huéspedes de una arquitectura sagrada, especializada en sensaciones excesivas y desbordantes, mujeres refinadas, encerradas, con necesidades de absoluto, sólo tenían que diseñar las recetas dictadas por las posibilidades de los mercados y su fantasía, mientras que un ejército de sirvientas trabajaba en su ejecución. "La quemadura --imagina Calvino-- de las más de cien variedades indígenas de pimientos sabiamente escogidos para cada plato, abría las perspectivas de un éxtasis flamígero". El mole oaxaqueño requiere, al menos, 31 ingredientes. Sor Juana Inés de la Cruz se ocupó de él y en sus tiempos se preparaba con culantro tostado, cuatro dientes de ajo asados, cinco clavos, seis granitos de pimienta, canela y chiles pasillas tostados a la manteca; todo muy molido, puesto a freír con carne de puerco, chorizos y gallina y, una vez dispuesto, sazonado con ajonjolí tostado. Gran trabajo para una salsa, que tiene, hoy, unas doscientas variedades.  El oaxaqueño se come también las flores: los pétalos de rosa, en nieve; las flores de frijol, en mole; las de calabaza, en empanadas; las de cacao, en el tejate; los claveles en conserva y las bugambilias en horchata. No puede haber mayor comunión con la naturaleza, mayor sentido poético de la existencia.
     
Vivir en Oaxaca es una experiencia estética. Turistas y viajeros perciben rápidamente la fascinación de Oaxaca. El cielo, la luz. Se recomienda visitar Monte Albán al atardecer, cuando las piedras adquieren un tono rojizo, las nubes aceleran su paso por la montaña y aumenta la gravedad del eco producido por la disposición de los viejos templos. Arte en la naturaleza y en la ropa, la madera, el lienzo, la piedra y la comida. Y la gente, la memoria de siglos a través de la gente. Mágica Oaxaca. Según la vieja tradición mesoamericana que rinde culto a Ometéotl, el dios de la dualidad, el paraíso ya ha sido dado a los hombres, pero para conquistarlo hace falta un esfuerzo personal. A veces uno ya está dispuesto: es capaz de sentir, percibir, descubrir, lugares como Oaxaca. Descripción Se trata de dos impresionantes cascadas petrificadas, (carbonato de calcio) formadas, desde hace miles de años, por el escurrimiento de agua carbonatada. Desde los manantiales, el agua desciende por agrestes cantiles de más de 50 metros (160 pies) de altura.  El área de manantial que da origen a ésta, fue aprovechado para crear una gran alberca que actualmente se ha convertido en balneario natural, de agua regularmente templada.  Hierve el Agua ha sido reconocido como un probable lugar sagrado de los antiguos zapotecas, que fue situado aquí debido quizá a sus grandes contrastes naturales, pues está en el corazón de una abrupta sierra que durante el estiaje se caracteriza por su extrema aridez.  En Hierve el Agua se han dado cita numerosos arqueólogos, biólogos y geólogos, por tratarse de un sitio donde se construyó hace más de 2,500 años un complejo sistema de riego del cual aún existen importantes vestigios.  Gracias a estas investigaciones se ha logrado entender la forma de construcción y el funcionamiento de las terrazas y canales que cubren una amplia extensión en torno a la zona del anfiteatro, que es la que recibe visitantes, también se ha determinado que se trata de un antiquísimo sistema de riego, único en su tipo en México, donde los antiguos habitantes desarrollaron una agricultura intensiva orientada al máximo aprovechamiento del agua de los manantiales, en un terreno con pronunciadas pendientes. La temperatura del agua es ligeramente superior a la del medio ambiente fluctuando entre los 22 y 25 grados centígrados (71 y 77ºF) y por tanto por muy debajo del punto de ebullición.  Sin embargo, la belleza natural no es el único atractivo de Hierve el Agua, que es sobre todo un importante sitio arqueológico cuya larga historia ha permitido estudiar diversos aspectos de la cultura y forma de vida de los antiguos habitantes de la región.  Actualmente se cuenta con baños, vestidores, palapas, alberca y pequeñas fondas para comer. Asimismo existen cabañas perfectamente equipadas para pasar la noche o bien un Tourist Yú’ù con los servicios indispensables.   Localización • San Lorenzo Albarradas: Se ubica al este de la Ciudad de Oaxaca, a 80 kilómetros (50 millas) por la Carretera Federal 190 con rumbo al Istmo, desvíese a la izquierda en el km.39 aproximadamente, pasando Mitla siga por la carretera que lleva a Ayutla Mixes hasta entroncar con la desviación a la derecha que lo llevará hasta San Lorenzo Albarradas. Tiempo aproximado: [2:00] Hierve el Agua se encuentra en la ranchería de Roeguía, que a su vez está a 5 kilómetros (3 millas) de San Lorenzo Albarradas.
     
Oaxaca, capital del Estado, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, debe su fama a la belleza y armonía de su arquitectura, la riqueza de sus tradiciones culturales, la extensa variedad de su comida típica y la templada suavidad de su clima, primaveral durante todo el año. Su nombre se deriva de Huaxyácac, (la cima de los guajes, una especie de acacias; de huaxín, guajes, y yacatl, cima), nombre que aplicaron los aztecas a la cima en la que establecieron una fortaleza en 1486. Nada más al llegar a estas tierras, los españoles fundaron, junto al viejo fuerte, la nueva Villa de Antequera, y, pocos años después, volvieron a la fortaleza azteca para levantar, en la misma cima de los guajes, la que, en 1529, sería fundada, construida y habitada como Villa de Oaxaca. Los españoles encargaron el trazado de la ciudad a uno de los mejores urbanistas del Imperio: Alonso García Bravo, arquitecto de la ciudad de México y de Veracruz. García Bravo trazó la ciudad a cordel, a partir de la creación de una Plaza Central o Zócalo, alineada de acuerdo con los puntos cardinales y establecida según una sencilla simbología: de un lado de la plaza, sobre el lugar de los muertos para los aztecas, se levantaría la Catedral; del otro, los edificios municipales, las bases del poder civil. De este modo, se pensaba, la plaza irradiaría por toda la ciudad el equilibrio entre lo terrenal y lo sagrado, la Iglesia y el poder civil.  La ciudad floreció durante el virreinato, fue tomada por Morelos en 1812, estuvo en poder de las fuerzas del General Bazaine en 1864 y vio nacer las guerrillas de resistencia organizadas por Porfirio Díaz, Gobernador del Estado. Salvo estos episodios, Oaxaca ha vivido alejada de toda historia militar. Los españoles la diseñaron sin muros, sin defensas, confiados en que la fuerza mágica del Zócalo la protegería de todo mal, como efectivamente ha sido. Los templos de Oaxaca son los más suntuosos del sur de México. La imagen de la patrona de la ciudad, María Santísima de la Soledad, llegó a sostener una corona de oro puro que llevaba, incrustrados, seiscientos brillantes y esmeraldas. La Catedral posee catorce capillas laterales de singular riqueza. Y luego están La Merced, San Agustín, San Francisco, la iglesia de la Sangre de Cristo, San Felipe, Santa Mónica y tantos otros que la ciudad bien parece Salamanca, por la profusión de iglesias. Pero el parecido con la capital castellana se acaba en el número. A la singularidad del barroco mexicano de los interiores se añade la originalidad de las fachadas, recortadas por temor a los seísmos y levantadas, en su mayor parte, en piedra verde de cantería; de ahí que algunos hayan llamado a Oaxaca la ciudad de los templos verdes y que todos se maravillen con el color jaspeado que adquieren las iglesias tras una buena tarde de lluvia, a poco que colabore el sol.  Reflejo del Estado, la ciudad cuenta en sus museos con muchos de los más valiosos tesoros regionales, entre los que destacan las joyas de la Tumba 7 de Monte Albán. Goza, también, de la mejor representación de la pintura oaxaqueña, encumbrada internacionalmente por la obra de Rufino Tamayo, Rodolfo Morales y Francisco Toledo, y, a través de sus mercados, exhibe y difunde una de las más ricas y variadas producciones artesanales de México.
     
Desde Oaxaca se alcanzan con facilidad las grandes ciudades con maravillas prehispánicas (Monte Albán, Mitla, Yagul, Lambityeco), Santa María del Tule con su árbol milenario y los pueblos donde se levantan los magníficos ex conventos dominicos: Yanhuitlán, Teposcolula, Coixtlahuaca, Tamazulapan, Tlacochahuaya o Tlacolula. Líneas regulares de aviación enlazan la ciudad, en poco más de media hora, con los paraísos de la costa (Bahías de Huatulco, Puerto Escondido) y la nueva autopista permite alcanzar México D. F. en menos de cinco horas. Oaxaca es el centro de un estado desbordante en atractivos que expresa lo mejor de todos precisamente en su capital, a partir del cuadrado mágico formado en torno al Zócalo, la plaza ideada para vivir la vida y conocer el mundo, sin más esfuerzo que el de elegir un buen sitio a una distancia justa, correcta y equilibrada, del Palacio de Gobierno y la Catedral. A la hora de emprender un viaje no hay demasiados sitios que me atreva a recomendar incondicionalmente; la mayoría de ellos son adecuados para algunos individuos y ofrecen aristas irresistibles para otros. Oaxaca es una excepción. No imagino a nadie medianamente inteligente, que reúna las condiciones de normalidad que se requieren, por ejemplo, para obtener el carnet de conducir, que no quede atrapado necesariamente por la magia de esta ciudad mexicana y colonial. Si usted puede, no lo dude. Diríjase a Oaxaca sin más dilación.  En Oaxaca, el cruce y el mestizaje de culturas dibuja las líneas de sus calles y todo evoca una nostalgia que está vigente en la vida cotidiana. En Oaxaca entendí el realismo mágico de García Márquez. Este impostor nunca fue escritor que imaginase nada. Su vigencia es la del periodista capaz de relatarnos la vida cotidiana de universos como el que encierra Oaxaca.  No sé que me atrae más de esta región mexicana, si las huellas de los mixtecas y los zapotecas, los vestigios vivos y presentes de los conquistadores españoles o el colorido irresistible de sus mercados, de su artesanía y su pintura.  Los frailes dominicos españoles sembraron de conventos este estado mexicano. En el siglo XVI levantaron más de cincuenta, la mayoría de ellos todavía en pie, dando uso a la fe de muchos cristianos. Probablemente querían conversos para garantizarse el control de un universo privilegiado. Todavía se formulan teorías y conjeturas para tratar de averiguar qué impulsó a los antiguos moradores de Oaxaca a construir en las alturas de sus colinas Monte Albán, y qué motivó el declive de esta ciudad irrepetible. Un atardecer en Monte Albán es lo más parecido que yo conozco a un bello sueño.  En una encrucijada de caminos de las rutas desde el Pacífico al Atlántico, Oaxaca dejó de crecer, por razones económicas, y ésa fue la salvación de esta ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Calles rectas pobladas de casas que esconden hasta tres patios españoles; luces tenues de atardeceres imposibles y bullicio de mercados de otros tiempos.  De entre todos los protagonistas de Oaxaca siento especial cariño, que es nostalgia, por la grana cochinilla. Desplazada injustamente por anilinas cancerígenas, este parásito bendito, que teñía las nobles telas de los cardenales, los ricos comerciantes y los nobles, vuelve a cobrar vigencia en los tiempos en los que la ecología motiva consumos inteligentes. Durante mucho tiempo este parásito del cactus mexicano fue confundido con una semilla. Sólo gracias al descubrimiento del microscopio se percataron de que la riqueza que venía de México y era capaz de dar color a las telas más nobles era un bichito. Trataron de copiar la fórmula, pero la grana cochinilla, fiel a sus orígenes americanos, se negó a crecer en Europa.  Ahora los campos de Oaxaca vuelven a estar poblados de grana cochinilla que, como un polvo blanco y suave, se posa en las hojas de los cactus. Si usted puede, no lo dude. Trasládese al paraíso de Oaxaca. Seguro que en la patria de la grana cochinilla entenderá muchas cosas que ahora no comprende. Si usted consiguió su carnet de conducir o aspira a obtenerlo, reúne las condiciones para ser atrapado para siempre por la magia de Oaxaca.
     
En territorio oaxaqueño existe una variedad extraordinaria de estos yacimientos que se caracterizan por el brote de agua a flor de tierra ya sea de aguas termales, aguas sulfurosas frías o calientes así como de aguas calcáreas y agua dulce que en su momento pueden aprovecharse en forma óptima ya sea para las actividades agrícolas o para la explotación de actividades recreativas; algunos son conocidos ampliamente, otros menos importantes permanecen ignorados debido a su lejanía o porque la ubicación no permite un acceso fácil.  En este contexto podemos mencionar que en la entidad destacan los balnearios de origen natural que se encuentran próximos a las poblaciones que los circundan.  Entre los más famosos encontramos a los que se encuentran en la región del Istmo de Tehuantepec precisamente en Santiago Laollaga y Magdalena Tlacotepec que por ser dos veneros de agua dulce, las instalaciones han sido adaptadas plenamente para la actividad turística, otro importante es el "Balneario Atonaltzin" que cuenta con un venero de agua sulfurosa y ubicado en Tamazulapan Villa del Progreso, otros como Arroyo Blanco y Vega del Sol son parte de la desviación de aguas de un río cercano que se desprende, pero que por la ubicación y paisaje en una zona tropical son frecuentadas durante todo el año por visitantes de diferentes partes de la República. El Zócalo, hoy, sigue siendo, además de una de las plazas más hermosas de México, el centro de la vida en Oaxaca. Las arcadas que sujetan el Palacio de Gobierno y los edificios anexos alojan restaurantes, terrazas, portales y cafeterías. Desde primera hora de la mañana ya hay gente platicando en las mesitas, a la sombra de los enormes laureles de la India. La conversación se suele acompañar, según el momento, con chocolate para sopear, café de olla (hervido con canela y azúcar de caña), mezcal con limón y sal de gusanito, tequila, zumos o excelente cerveza. No resulta raro que se asomen por la plaza yerberos, eloteros, sanadores, vendedores de chapulines, artesanos diversos o pulsadores. Los yerberos ofrecen albahaca, estrella de mar y nuez moscada; los sanadores mitigan el insomnio con floripondio y los pulsadores curan el susto y la pérdida del alma. Según Elliot Weinberger, traductor al inglés de Octavio Paz, el Zócalo de Oaxaca es el lugar ideal para no hacer nada. En el centro del Zócalo, entre el Palacio de Gobierno y la Catedral, se alza, rodeado por laureles y bugambilias, la última contribución europea al equilibrio mágico de la plaza: un templete romántico en el que los martes y los jueves, y a veces otros días, según, toca sones y melodías la Banda del Gobierno del Estado.  El Zócalo se prolonga, por la Catedral, hacia la Alameda, y, en sentido contrario, hacia otra pequeña plaza. La simetría original apenas se rompe. Los espacios libres han sido ocupados por multitud de pequeños puestos que ofrecen animales fantásticos de vivos colores, semillas de amaranto, palanquetas de ajonjolí, aceros españoles, telas teñidas con caracol púrpura, cacao molido con maíz dulce, bocadillos de garbanzos en miel, atole de granillo, chapulines con guacamole o nieves de sabor a fruta.  Desde el Zócalo, la ciudad camina ordenada en calles extremadamente limpias, de tráfico fluido, animadas por la fantasía con que se aplican los guardias de tráfico a dar música a sus silbatos. La calle principal es peatonal; conecta el Zócalo con el templo de Santo Domingo y se la conoce por Andador Turístico. Es el escenario del Museo de Arte Contemporáneo, de muchas de las antiguas casas coloniales, diversas galerías, restaurantes y las más distinguidas tiendas de joyas y artesanías. Al final del Andador se levanta el excepcional templo de Santo Domingo, esplendor del barroco mexicano, con su altar mayor recubierto de hoja de oro, su impresionante decoración interior y las dependencias que alojan el Museo Regional del Estado.
     
De todos los mercados de la capital, el más popular quizá sea el 20 de Noviembre, especializado en comidas, muy frecuentado por los oaxaqueños y capaz de seducir, como los mercados indios, sólo por la calidad de sus aromas. A la entrada se sitúan los vendedores de chicharrones, los puestos de cecina, tasajo y tripitas secas; luego forman los vendedores de chocolate, los puestos de pan. Al fondo se sitúan las barbacoas y las fondas, en las que a todas horas es posible disfrutar de un antojito o de una comida más seria: tasajo de hebras, por ejemplo, seguido de huevo en salsa con ramas de epazote, enmoladas, chilaquiles de frijol, quesillo y, para rematar, frijolitos con hierba de conejo y chochollotes y una buena taza de atole blanco de granillo.  En el mercado Benito Juárez Maza hay también puestos de frutas, verduras, flores, nieves y aguas frescas, huipiles, faldas, bordados, sedas, alebrijes, los pescaderos que ocupan todo una calle, los fruteros y los distribuidores de quesillo, el queso oaxaqueño, formado por tiras deliciosas que, enrolladas unas con otras, acaban por componer un gran queso circular. En el mercado de Abastos hay de todo (telas de San Antonino, cestos y figuritas de Ocotlán, esculturas del Istmo, joyería de Mitla, alfarería de San Bartolo Coyotepec), se ubica junto a la Central Camionera de segunda clase, existen también muchos otros mercados --el Sánchez Pascuas, el Democracia, La Rayita--, casi tantos como iglesias. Nueve de las once especies de tortugas marinas que existen en el mundo arriban a las costas de México y cuatro del total tienen como destino las playas del litoral de Oaxaca, donde anidan y se reproducen, y donde se encuentra el único centro de investigación, conservación y vigilancia de tortugas marinas del mundo.  Las tortugas marinas saben elegir. La Costa de Oaxaca es un paraíso donde concurren bahías aún vírgenes, hoteles de superlujo, lagunas con mangles, playas deportivas, pueblos idílicos de pescadores y campos de golf. En estas costas, antaño animadas por las naves que buscaban el oro del Perú o las sedas de la China, cargadas de leyendas y tesoros, el turismo no ha hecho más que despegar. Desde Bahías de Huatulco hasta Puerto Escondido se encuentra uno de los últimos paraísos del Pacífico, dispuesto a acoger a quienes quieran descubrirlo. El litoral de Oaxaca es bravío y prodigioso. La Sierra Madre del Sur alcanza con sus brazos el mar y crea una costa única donde se suceden impresionantes acantilados y plácidas y recoletas bahías. Ríos y arroyos descienden de las montañas para confundir el final de las playas y los palmerales con lagunas, esteros y manglares. Las playas, decenas de playas, en su mayoría vírgenes, están rodeadas por vegetación tropical. Los bosques del interior protegen pequeñas poblaciones asentadas en las planicies o en lo alto de pequeñas colinas, donde la vida transcurre ajena al crecimiento del turismo que acaba de descubrir Bahías de Huatulco, Puerto Angel y Puerto Escondido y se ha lanzado a disfrutar de uno de los últimos paraísos tranquilos y apacibles del Pacífico mexicano.  Huatulco pudo ser la llave americana de las auténticas Indias. Cuando llegaron los españoles a este lugar que había sido un cruce de caminos en la ruta que unía los señoríos zapotecas de Zaachila con Tehuantepec, el propio Cortés pensó, primero, que Huatulco era una buena base de fortuna para alcanzar los tesoros del soñado Perú y, cuando desistió de esta idea, que Huatulco podía ser el mejor puerto de la Nueva España para alcanzar el Oriente. Entre 1526 y 1560, Huatulco vivió de este sueño. El auge comercial del cacao y el tráfico comercial con Perú y con la capital del virreinato, por la ruta de Miahuatlán, Oaxaca y Tehuacán, convirtieron Huatulco en un emporio próspero y floreciente, donde no faltaban colonos, comerciantes, artesanos y armadores de barcos.
     
Los cuentos y las leyendas tienen un carácter general, es algo común en la historia de nuestros pueblos, ya sea concebida en un hecho inverosímil, es decir, producto de un mito, o bien fundada en la verificación de un remoto y significativo suceso en cuyo caso a veces toma cuerpo de tradición, de la que a su vez se derivan ciertos usos, prácticas y costumbres cuyas manifestaciones constituyen precisamente la médula del folklore.   En este aspecto Oaxaca cuenta con diversidad de leyendas de carácter mítico e histórico; entre las primeras figuran la leyenda zapoteca del nacimiento del fuego, la del mítico alumbramiento de los árboles de Apoala, progenitores del primer hombre y la primera mujer mixtecos; entre las segundas figura la poética leyenda de la princesa Donají y las singulares apariciones de la Virgen de la Soledad y de Juquila.  En cada uno de los relatos podemos encontrar una serie de sugestivas anécdotas, tradiciones y leyendas que van desde las que tienen sabor a epopeya, hasta las que nos recuerdan las consejas referidas a los abuelos, la narrativa del acontecer cotidiano es muy rico y variado en Oaxaca y el sabor que le ponen nuestros paisanos es una manifestación muy especial. El litoral del pacífico oaxaqueño presenta muy interesantes perspectivas en sus lagunas, cuyos lugares son paradisiacos de pintoresco aspecto, acrecentado con el espectáculo de una abundante y variada fauna y flora singulares, que es la que imprime al ambiente natural del paisaje el necesario soplo de animación y vida.  Un importante elemento del sistema lagunar de la región es la alta biodiversidad existente, donde abunda la vegetación de selva tropical, de dunas costeras y manglares, zona de hibernación para una gran variedad de aves migratorias y residentes, mismas que presentan un espectáculo digno de admiración.  Por su importancia y belleza natural destacan la Laguna de Manialtepec y el Parque Nacional Lagunas de Chacahua, que pueden ser admiradas en el trayecto de la carretera costera Puerto Escondido - Acapulco y en donde es posible practicar todos los deportes acuáticos y degustar la comida tradicional en las palapas que se encuentran en su entorno. En 1560, Huatulco perdió las naves del progreso en beneficio de los muelles de su vecina Acapulco, base definitiva de los galeones que enlazarían durante siglos la Nueva España con Oriente. Huatulco se convirtió entonces, a su pesar, en una población olvidada por casi todos, con la desgraciada excepción de los piratas. En 1579, Francis Drake arrasó lo que quedaba del puerto y, en 1587, la incursión del pirata Thomas Cavendish no fue menos negativa, si bien hoy se recuerda por su contribución a la leyenda de la Cruz de Huatulco.  Cavendish ordenó que la cruz de madera que se alzaba frente al puerto de Huatulco fuera destruida. Las hachas se hicieron pedazos, las sierras perdieron sus dientes, varios cables estallaron y ni siquiera el fuego consiguió tumbar la cruz. El prodigio fue pronto considerado un milagro. ¿De dónde había surgido esa cruz? Un nuevo prodigio: los indígenas atribuían la llegada de la cruz a un hombre blanco, barbado, vestido con túnica, que había surgido del mar, con la cruz, siglos antes de la llegada de los españoles. De hecho, los aztecas habían bautizado al lugar como Cuauhtolco, que significa el lugar donde se adora el madero.
     
La Cruz de Huatulco resistió también la pérdida de decenas de pedazos que se convirtieron en otras tantas reliquias en las iglesias de gran parte del país. Pero mientras la fama de su Cruz iba en aumento, Huatulco perdía, definitivamente, toda opción de progreso. En 1848, Benito Juárez solicitó los medios para abrir un "camino carretero" que enlazara Oaxaca con Huatulco, pero tendría que transcurrir algo más de un siglo para que Huatulco volviera a inundarse de comerciantes, artesanos, propietarios de embarcaciones y gentes llegadas del último confín del mundo. En 1984, el Gobierno Federal inició los trabajos para la creación del complejo turístico Bahías de Huatulco que, con el trabajo del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (FONATUR) transformaría en pocos años el que, gracias a su atraso económico, era y es un paraíso virgen.  Hoy, las cálidas nueve bahías de Huatulco, que encierran nada menos que 36 playas, además de ensenadas, caletas y otros refugios menores, acogen más de 200.000 turistas anuales en sus excelentes hoteles de superlujo, entre los que no faltan las grandes firmas internacionales. Piscinas, fondos submarinos, pesqueros deportivos, yates de recreo, un gran campo de golf y la tranquilidad de los bohíos playeros (en México, palapas) se disputan el interés de los visitantes que cuentan, a la noche, con un moderno y seguro centro vacacional de boutiques, restaurantes, marisquerías y discotecas (La Crucecita) y con la posibilidad permanente de extender su viaje a las bellas poblaciones del interior o continuar explorando el resto de paraísos que aún encierra la costa. Cerca de Huatulco se encuentra el Centro Mexicano de la Tortuga, único en el mundo. Situado junto a la playa de Mazunte, palabra derivada del náhuatl Maxontetia, que significa "te pido, por favor, que desoves", un claro ruego que hacían a las tortugas los habitantes de la zona, el Centro Mexicano de la Tortuga desarrolla la triple labor de investigar la vida de las tortugas marinas, acoger visitantes interesados en observar en las playas el milagro de la vida de las tortugas marinas e intentar generar nuevas formas de desarrollo económico entre los pueblos de la Costa, acostumbrados, durante siglos, a vivir de la explotación de las tortugas antes de que existieran procedimientos industriales para su captura y se hiciera obligatoria la veda. Mazunte cuenta con un Museo Vivo de la Tortuga Marina y gestiona varios bungalows para quienes desean contemplar la reproducción de miles de tortugas en las playas de Oaxaca.  Al este de Mazunte, se encuentra Puerto Angel, sede de la Universidad del Mar y base para visitar la hermosa y confiada cala desnudista de Zipolite. Y apenas abandonada la tranquilidad de Zipolite, la civilización vuelve y surge Puerto Escondido, cuyo desarrollo --campeonatos internacionales de surf, grandes hoteles-- se compensa con la proximidad de las lagunas de Manialtepec y del Parque Nacional, Lagunas de Chacahua --donde crecen los tres tipos de mangles y el raro lirio negro, anidan el albatros y la espátula rosa, y se han llegado a avistar, en una semana, hasta 155 especies de pájaros--, y con la celebración del Festival Costeño de la Danza en Puerto Escondido, nos recuerda, con sus sones, jarabes y ritos populares, que seguimos en Oaxaca. En zapoteco: Schiaa Ruavia, quiere decir: "Cerro donde nace la nube".  Habitada por milenarias culturas y enclavada en la parte norte del estado de Oaxaca, la Sierra Juárez destaca por ser una de las tres áreas más ricas en especies de plantas y animales, así como una de las mejores conservadas a nivel nacional con una diversidad de ecosistemas sin precedentes, pues ostenta 7 de los 9 tipos principales de vegetación terrestre del país donde se hospedan unas 6,000 especies de plantas. En ninguna otra parte de México es posible encontrar bosques húmedos prístinos desde 200 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.) hasta más de 300 m.s.n.m. Desde su formación hace unos 65 millones de años ha servido de puente entre el Subcontinente Norteamericano y Sudamericano (Reino Neártico y Neotropical) haciendo posible el intercambio de plantas y animales entre ambos reinos lo que aunado a su historia geológica y lo variable de sus ambientes le permite una riqueza única en el mundo. En un recorrido de una hora de duración es posible pasar del clima seco y caliente del valle del Río Grande hasta las cumbres frías y húmedas de las montañas de más de 300 m.s.n.m. donde ocasionalmente cae nieve y se forma hielo en una buena parte del año.  La presencia de lugares que han funcionado como refugios pleistocénicos han propiciado una flora y fauna muy peculiares y exclusivos (endémicos): la tercera parte de las especies vegetales que pueblan los bosques bajos de hoja caediza viven únicamente en una pequeña área situada entre la Sierra y el estado de Puebla; o bien los impresionantes bosques mesófilos de Oreomunnea mexicana considerados como uno de los bosques más antiguos del mundo por su similitud con restos fósiles de bosques que datan de hace más de 22 millones de años. Los bosques mesófilos (o bosques nubosos) mencionados son también los más ricos en especies vegetales a nivel nacional y forman parte del área de bosque nuboso más grande en Centroamérica y Norteamérica (incluyendo el Caribe). En contacto con estos bosques mesófilos están los bosques de coníferas y latifoliadas más ricos del mundo y considerados una prioridad a nivel global por expertos de diversas partes del mundo. Zipolite se hizo famoso en los años 70 cuando llegaban colonias enteras de hippies a disfrutar de ésta playa que era la única playa nudista de México. Hoy en día todavía se escuchan de algunas bocinas de los restaurantes los sonidos de The Doors, Bob Marley, Santana, Led Zeppelin y otros. Ya pasada la media noche arrancan las dos discotecas Zipolipas y La Puesta con música variada.
     
La variedad de formas animales presentes es inusitadamente alta al grado que es mencionada como uno de los dos sitios más ricos a nivel mundial en relación a la cantidad de especies de salamandras de la familia Plethodontidae; las mariposas alcanzan aquí un despliegue de colores y formas que hacen considerarla como una de las tres áreas con mayor riqueza de especies a nivel nacional e incluso muchas de ellas con especies muy raras y solo viven aquí, por lo que llegan a cotizarse entre los coleccionistas a precios muy altos, tal es el caso de la Pterourus esperanza con precios de lista de hasta 1,500 dólares por ejemplar. Los reptiles no se quedan atrás en diversidad de formas y al menos 13 especies solo se han encontrado aquí. Las aves por su parte despliegan sus mas variadas formas, y estudios recientes revelan la presencia de más de 400 especies, actualmente dos de ellas sobreviven únicamente en este impresionante lugar y por lo menos 15 están consideradas como amenazadas o en peligro de extinción. Por último, una amplia gama de mamíferos encuentran en la Sierra un hábitat relativamente seguro, por lo que es posible la existencia de al menos once especies amenazadas o en peligro de extinción como el tapir, jaguar y mono araña, aunque usualmente son difíciles de ver. La mayoría de los turistas se desplazan a México por sus llamativas playas. Rodeado por 6,000 millas de costas por cuatro partes distintas. México tiene incomparables lugares soleados. Realmente hay algo para todos. Cuando se visitan las playas mexicanas. Se encuentran desde desiertos hasta junglas tropicales. Sus aguas varían de turquesa a verde y azul intenso. Se encuentran hospedajes desde los rústicos (con palapas) hasta hoteles de gran turismo.  A donde quiera que usted decida ir, recuerde lo siguiente: • Por ley, todas las playas en México están abiertas al público. Libres de cargo. • Tomar baños de sol desnudo o, para mujeres, sin la parte superior de su traje de baño está estrictamente prohibido.(Hay algunas excepciones: Puerto Angel tiene una playa nudista). • Pocas playas tienen salvavidas. Tome precauciones de seguridad. • Tenga cuidado con el sol intenso de México; use protector de sol y evite las horas más fuertes (de las 12:00 a las 14:00) • No nade solo o en lugares apartados; no de su espalda al mar ya que las olas son impredecibles. • Si siente que es jalado hacia altamar no se altere o trate de nadar hacia la playa, en lugar de eso nade en paralelo a la playa ya que por lo general a unos 12 metros (40 pies) de ésta la situación cambia y entonces es más seguro nadar hacia la orilla. • Preste atención a las banderas puestas en algunas playas, ya que indican la condición del agua. En el hotel, además de piscina, hay spa, temazcal, gimnasio, clases de cocina, kayacs y esnórquel, cuatrimotos y pesca deportiva. Si quieren vivir más aventuras, en Huatulco pueden bucear en arrecifes de coral, recorrer en kayac sus nueve bahías, escalar por los acantilados marinos, pedalear en bicicleta de montaña por la sierra, rapelear por cascadas y descender en balsa por el río Copalita. Pregunten en Casa Bichu. México es considerado a nivel mundial como un país que guarda una enorme riqueza natural, pues alberga la más diversa gama de vegetación en el mundo.  El estado de Oaxaca es considerado como el más diverso en especies biológicas a nivel nacional, pues alberga aproximadamente 30,000 especies vegetales que representan aproximadamente el 5% de la flora total del planeta.  Aquí podemos encontrar una de las áreas más ricas en especies de plantas y animales a nivel nacional, con una diversidad de ecosistemas muy importante, pues ostenta siete de los nueve tipos de vegetación terrestre del país: la Sierra Juárez.  Otra de sus riquezas no menos importantes son sus bosques, los cuales todavía conservan grandes extensiones de áreas forestales en donde podemos encontrar innumerables especies maderables como el cedro, la caoba y el encino entre otras. Existe una selva que en partes es completamente virgen y que constituye una riqueza ecológica nacional que debemos cuidar y valorar: La selva de los Chimalapas.
     
  De acuerdo a la otra versión fundamentada en investigaciones, la región se encontraba habitada por los mazatecos desde antes de la llegada de los nonoalca-chichimecas, habiendo llegado a ella procedentes del oriente, después de un largo peregrinaje, por el año de 890 de nuestra era. Su capital, llamada Matza-apatl, o Mazatlán, de la que toman su nombre, se encontraba en las riberas del río Santo Domingo, cerca de la actual Jalapa de Díaz Según la propia versión, durante 280 los mazatecos vivieron en paz e independientes hasta que hacia 1170 arribaron los nonoalca-chichimecas que los sometieron. Sin embargo, por el año 1300 los mazatecos se liberaron del dominio de los nonoalca-chichimecas y constituyeron dos señoríos: el de la parte baja o del oriente y el de la parte alta o del poniente.  Lo que sí es comprobable históricamente es que el territorio mazateco fue invadido y sojuzgado por los mexicas durante el reinado de Moctezuma Ilhuicamina, hacia los años de 1455 a 1456, quienes establecieron puestos militares en Teotitlán del Camino y Tuxtepec en la parte alta y baja, respectivamente, para su control. Los fuertes tributos establecidos por los mexicas, así como las vejaciones de que fueron objeto, dieron lugar a que los mazatecos se rebelaron varias veces, aunque infructuosamente, ya que, a la llegada de los españoles en 1520, hicieran causa común con ellos para luchar contra sus opresores.