El lugar por excelencia del intercambio es el mercado. El escritor D. H. Lawrence, que vivió en Oaxaca, entiende los mercados oaxaqueños como un espacio ideado para la comunión de las gentes. "Los hombres --escribe en su obra Día de Mercado en Oaxaca-- han inventado dos excusas para acercarse a comulgar libremente en turbas heterogéneas y sin sospechas: la religión y el mercado. Una brazada de leña, una manta, unos cuantos huevos y tomates son suficientes para vender, comprar, regatear y cambiar. Cambiar sobre todas las cosas contacto humano. Ésta es la razón de su amor al regateo, aunque la diferencia sea 00000 un centavo".  Los mercados se suceden y se multiplican. Domingo en Tlacolula, lunes en Miahuatlán, martes en Ayoquezco, miércoles en Etla y Zimatlán, jueves en Ejutla y Zaachila, viernes en Ocotlán, sábado en Oaxaca. Los puestos se alinean y organizan por gremios, costumbres, familias o simples azares. Mujeres envueltas en sus prodigiosos huipiles gobiernan la mayoría de los puestos, dedicados a vender, cada uno, por lo general, una sola gama de productos, de modo que hace falta recorrer todo el mercado para obtener una completa representación del mundo. Entre comida y comida caben los populares antojitos, entremeses o tentenpiés, cuyas manifestaciones más populares son los tamales, las tortillas, las clayudas y los totopos. Entre las bebidas destacan las alcohólicas, como el mezcal, el pulque, el tepache o la excelente cerveza mexicana, y las refrescantes, como el tejate (bebida fría de cacao molido, desleido en agua de maíz) o las aguas frescas, que saben a cerveza de piña, a horchata de melón o a guanábana con almendra.