A la hora de emprender un viaje no hay demasiados sitios que me atreva a recomendar incondicionalmente; la mayoría de ellos son adecuados para algunos individuos y ofrecen aristas irresistibles para otros. Oaxaca es una excepción. No imagino a nadie medianamente inteligente, que reúna las condiciones de normalidad que se requieren, por ejemplo, para obtener el carnet de conducir, que no quede atrapado necesariamente por la magia de esta ciudad mexicana y colonial. Si usted puede, no lo dude. Diríjase a Oaxaca sin más dilación.  En Oaxaca, el cruce y el mestizaje de culturas dibuja las líneas de sus calles y todo evoca una nostalgia que está vigente en la vida cotidiana. En Oaxaca entendí el realismo mágico de García Márquez. Este impostor nunca fue escritor que imaginase nada. Su vigencia es la del periodista capaz de relatarnos la vida cotidiana de universos como el que encierra Oaxaca.  No sé que me atrae más de esta región mexicana, si las huellas de los mixtecas y los zapotecas, los vestigios vivos y presentes de los conquistadores españoles o el colorido irresistible de sus mercados, de su artesanía y su pintura.  Los frailes dominicos españoles sembraron de conventos este estado mexicano. En el siglo XVI levantaron más de cincuenta, la mayoría de ellos todavía en pie, dando uso a la fe de muchos cristianos. Probablemente querían conversos para garantizarse el control de un universo privilegiado. Oaxaca es uno de los estados de México más ricos en arte popular. Las manifestaciones de sus tradiciones artesanas y de su inventiva son muy amplias y se extienden por toda la geografía del Estado. Prácticamente no existe una esfera del amplio registro de materias primas de la artesanía (telas, madera, barro, hierro, metales preciosos, pieles) que no encuentre una manifestación singular en Oaxaca, apoyada en el talento artístico y la imaginación de sus creadores y en el respeto a los medios y técnicas tradicionales que distingue la artesanía oaxaqueña y la ha hecho acreedora de fama internacional. Uno de los más llamativos ejemplos del resultado de la imaginación cuando se une con la tradición artesana se encuentra en los textiles. Telas y lanas son trabajadas como hace siglos, con la ayuda de telares de cintura, ruecas, bayonetas y colorantes naturales, desde la famosa grana cochinilla que genera el rojo hasta el mágico caracol púrpura que se ordeña para obtener tan preciado color. El trabajo se manifiesta en la riqueza de los vestidos indígenas, en las asombrosas blusas, faldas y rebozos de la Costa y el Istmo de Tehuantepec, donde se aprecian las influencias del comercio con Oriente, en los huipiles de la Sierra o en los sarapes de los Valles Centrales. Oaxaca, por otra parte, es uno de los escasos productores del algodón coyuchi, cuyos colores naturales van desde el café claro hasta el rojo. El capullo de esta variedad de algodón es tan pequeño que resulta imposible hilarlo de forma industrial.