En las zonas arqueológicas de Monte Albán y Mitla principalmente, están plasmados los orígenes de los mixtecas y zapotecas y consecuentemente del pueblo oaxaqueño; aunque existan símbolos indescifrables en los relieves y estelas y aún en el propio estilo de las edificaciones. El mole oaxaqueño requiere, al menos, 31 ingredientes. Sor Juana Inés de la Cruz se ocupó de él y en sus tiempos se preparaba con culantro tostado, cuatro dientes de ajo asados, cinco clavos, seis granitos de pimienta, canela y chiles pasillas tostados a la manteca; todo muy molido, puesto a freír con carne de puerco, chorizos y gallina y, una vez dispuesto, sazonado con ajonjolí tostado. Gran trabajo para una salsa, que tiene, hoy, unas doscientas variedades.  El oaxaqueño se come también las flores: los pétalos de rosa, en nieve; las flores de frijol, en mole; las de calabaza, en empanadas; las de cacao, en el tejate; los claveles en conserva y las bugambilias en horchata. No puede haber mayor comunión con la naturaleza, mayor sentido poético de la existencia.