De todos los mercados de la capital, el más popular quizá sea el 20 de Noviembre, especializado en comidas, muy frecuentado por los oaxaqueños y capaz de seducir, como los mercados indios, sólo por la calidad de sus aromas. A la entrada se sitúan los vendedores de chicharrones, los puestos de cecina, tasajo y tripitas secas; luego forman los vendedores de chocolate, los puestos de pan. Al fondo se sitúan las barbacoas y las fondas, en las que a todas horas es posible disfrutar de un antojito o de una comida más seria: tasajo de hebras, por ejemplo, seguido de huevo en salsa con ramas de epazote, enmoladas, chilaquiles de frijol, quesillo y, para rematar, frijolitos con hierba de conejo y chochollotes y una buena taza de atole blanco de granillo.  En el mercado Benito Juárez Maza hay también puestos de frutas, verduras, flores, nieves y aguas frescas, huipiles, faldas, bordados, sedas, alebrijes, los pescaderos que ocupan todo una calle, los fruteros y los distribuidores de quesillo, el queso oaxaqueño, formado por tiras deliciosas que, enrolladas unas con otras, acaban por componer un gran queso circular. En el mercado de Abastos hay de todo (telas de San Antonino, cestos y figuritas de Ocotlán, esculturas del Istmo, joyería de Mitla, alfarería de San Bartolo Coyotepec), se ubica junto a la Central Camionera de segunda clase, existen también muchos otros mercados --el Sánchez Pascuas, el Democracia, La Rayita--, casi tantos como iglesias. Por la noche, el auditorio vuelve a llenarse para acoger la representación del mito fundacional de Oaxaca: la leyenda de la princesa zapoteca Donají, que fue dada en calidad de rehén a los mixtecas para preservar la paz en los Valles de Oaxaca. Como la Aïda de Verdi, la heroína zapoteca sufrió un trágico destino: asumió el riesgo de morir y de perder para siempre a su amado, el príncipe mixteca Nucano, antes que traicionar a su pueblo. Donají facilitó un ataque de los zapotecas, que no logró liberarla. Como represalia, sus captores la decapitaron. Nucano, su enamorado príncipe, fue quien la dio sepultura. La leyenda dice que Donají no perdió con la muerte la belleza que aún hoy sigue manteniendo en la tumba donde reposa junto a su amado, en la nave mayor del templo de Cuilapan de Guerrero.