El litoral de Oaxaca es bravío y prodigioso. La Sierra Madre del Sur alcanza con sus brazos el mar y crea una costa única donde se suceden impresionantes acantilados y plácidas y recoletas bahías. Ríos y arroyos descienden de las montañas para confundir el final de las playas y los palmerales con lagunas, esteros y manglares. Las playas, decenas de playas, en su mayoría vírgenes, están rodeadas por vegetación tropical. Los bosques del interior protegen pequeñas poblaciones asentadas en las planicies o en lo alto de pequeñas colinas, donde la vida transcurre ajena al crecimiento del turismo que acaba de descubrir Bahías de Huatulco, Puerto Angel y Puerto Escondido y se ha lanzado a disfrutar de uno de los últimos paraísos tranquilos y apacibles del Pacífico mexicano.  Huatulco pudo ser la llave americana de las auténticas Indias. Cuando llegaron los españoles a este lugar que había sido un cruce de caminos en la ruta que unía los señoríos zapotecas de Zaachila con Tehuantepec, el propio Cortés pensó, primero, que Huatulco era una buena base de fortuna para alcanzar los tesoros del soñado Perú y, cuando desistió de esta idea, que Huatulco podía ser el mejor puerto de la Nueva España para alcanzar el Oriente. Entre 1526 y 1560, Huatulco vivió de este sueño. El auge comercial del cacao y el tráfico comercial con Perú y con la capital del virreinato, por la ruta de Miahuatlán, Oaxaca y Tehuacán, convirtieron Huatulco en un emporio próspero y floreciente, donde no faltaban colonos, comerciantes, artesanos y armadores de barcos.  La gran fiesta, una de las más espectaculares de toda América, está acompañada por varias actividades paralelas, entre las que destacan el pasacalle de las delegaciones, la elección de la representante de la diosa Centeótl --dirimida entre las mujeres de las delegaciones que mejor conocen las tradiciones de su pueblo-- y el Bani Stui Gulal (Repetición de la Antigüedad), donde se narra, en forma teatral, la historia de los Lunes del Cerro.