Los monumentos de Petra han llegado vacíos hasta nosotros. Si alguna vez hubo decoración en su interior (y algunos restos quedan para pensar que así fue), ahora lo que vemos al entrar al Tesoro es la piedra limpia de la montaña, una piedra con vetas de colores naturales, un enorme lienzo sobre el que la naturaleza pintó de forma armoniosa. Camino por el valle en el que, desde el siglo IV antes de nuestra era, los nabateos construyeron su capital, cuando llega hasta mí el sonido de una canción. Proviene del interior de una de las Tumbas Reales que flanquean la avenida principal. Subo hasta ese lugar. Un policía jordano vence el aburrimiento de sus largas horas de guardia entonando una bella melodía. Su voz resuena en las vacías paredes de piedra componiendo una irrepetible banda sonora de la que, seguramente, no disfrutó el explorador suizo Jean-Louis Bruckhardt cuando redescubrió el secreto mejor guardado por los árabes de Oriente Próximo.