Eva Dueñas. La visita tiene un colofón esforzado. Tras subir los 800 escalones esculpidos en la montaña, a nuestra derecha aparece el Monasterio, otra fachada espectacular esculpida en la montaña, más alta que la del Tesoro con sus 45 metros, pero yerma de toda decoración. Su interior, de nuevo un espacio vacío en el interior de la montaña, apenas da pistas de cuál fue su uso. Quizá templo y quizá tumba del rey Obodas I. Tanto da. La visita a Petra, en Jordania, puede durar tanto como se desee. Siempre hay caminos secundarios por los que perderse. Lugares en los que sentarse y pensar que sólo se ha descubierto un cinco por ciento de la antigua capital nabatea. Da vértigo pensar lo que puede haber bajo la arena que pisamos. Pero hará bien el viajero en prolongar su visita todo lo posible, aguantar hasta la tarde, cuando las ruinas se van quedando vacías y, al salir, comprobar cómo el Tesoro ha cambiado desde que lo vimos por la mañana al entrar, cómo la luz del sol ha variado su dirección y la fachada, que hace unas horas brillaba intensamente, ahora presenta un tono más rosado, un aspecto más reposado que permite apreciar mejor los detalles.