Porque en Petra, en la inmensa ciudad que es Petra, con sus más de 500 tumbas que decoran las paredes rojizas del valle, lo que priman son las emociones más que el asombro arquitectónico o el misterio de su origen. Si esto es una ciudad ¿dónde están las viviendas? La luz escoge caprichosa su tonalidad, siempre en la gama de los rosas, decorada con vetas amarillas, blancas, verdes, naranjas y grises. Piedras que en pequeños pedazos venden los niños que persiguen al viajero, polvos de nueve colores naturales con los que habilidosas manos crean diminutos dibujos en el interior de botellas, un arte que comenzó Mohamed Abdullah Othman en la década de los 60 cuando tenía 10 años en el interior de una ampolla de penicilina y que hoy sigue su hermano Hussein y unos cientos de pacientes artistas más.  En el recorrido por la ciudad, que algunos hacen a caballo, en calesa, en burro o en camello, salen al paso la Tumba de la Seda que destaca precisamente por el color de su fachada, así como la Tumba Corintia se distingue por la bella combinación de sus elementos clásicos y nabateos. La de la Urna, que posteriormente fue transformada en una iglesia bizantina, contaba con una habitación inmensa en su interior, que quizás servía de triclinio para festejos funerarios.