Pero la mejor forma de recorrer Petra es caminando lentamente, con un buen repuesto de agua y un sombrero que proteja del implacable sol. Hay que reservar las fuerzas, porque en el tramo final espera la caminata de una hora hasta el colosal Monasterio --de formas parecidas al Tesoro, pero mucho mayor--, una tortuosa ruta excavada en la roca, con más de 800 peldaños. Desde allí se domina el magnífico paisaje de riscos y quebradas y se vislumbra el impresionante desierto rocoso que rodea a Petra.   Poco de lo que ahora contempla el viajero pudo disfrutar el primer occidental que penetró en Petra, el joven explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt, quien tardó tres años en labrarse la confianza de las tribus árabes que merodeaban por la zona, aprendió árabe, vestía como un beduino, se convirtió al Islam y adoptó el nombre Ibrahim Ibn Abd Allah... Todo para estar un único día en medio de este paraíso y poder reflejar escuetamente en su diario: «Si mis conjeturas son ciertas, este lugar es Petra». Era el 12 de agosto de 1812. Las prisas del suizo tenían que ver con la desconfianza de sus anfitriones, pero también con su acelere vital: todavía tenía que descubrir Abu Simbel y explorar la Meca. Hizo todo eso antes de morir con sólo 33 años.