Pero, claro, al final del camino está Petra y, como primera imagen de lo que luego espera, nada menos que la fachada impresionante de El Tesoro. Unos metros antes, las parejas se cogen de la mano emocionadas, los grupos guardan silencio, los pasos se aminoran hasta conseguir que, como un telón que estuviera descorriéndose, los dos abismos de piedra vayan aumentando el hueco y dejen paso al escenario.  Por mucho que se haya visto, que se haya imaginado, que se haya soñado, la primera visión de la fachada terrosa y rosada de El Tesoro con sus relieves carcomidos por el tiempo, la lluvia y el viento, sus columnas corintias, sus hornacinas que contienen esbozos de figuras, sus capiteles... todo ello ganado pacientemente a la piedra por manos nabateas deja un poso de asombro difícil de superar. Un buen conocedor de estas tierras, Lawrence de Arabia, lo expresó sabiamente: «Nunca sabrás qué es Petra realmente, a menos que la conozcas en persona».