Desde su centro, Petra se ramifica, durante 853 kilómetros cuadrados, en un laberinto de wadis o cauces de ríos secos, y antiguas rutas de caravanas que llevaron incienso de Omán a Gaza y regresaron cargadas con brazaletes de oro de los talleres de Alepo, hacia los zocos de Yemen. Un entramado de siglos que empezó a forjarse cuando el pueblo nabateo llegó a Petra en el siglo IV a.C., y desalojó de estas tierras a sus antiguos pobladores, los edomitas.   Este pueblo de pastores nómadas supo comprender que el enclave era perfecto para controlar las rutas comerciales, recaudando aranceles por atravesar el territorio que hicieron suyo. Las quebradas, riscos y barrancos de Petra se convirtieron en su fortaleza de piedra. La bautizaron Requem, nombre semítico que alude a una tela de variados tonos, con que el que evocaron las coloridas vetas y jaspeados de las rocas de Petra, de las que se extraen polvos de arenisca de nueve tonalidades.