El origen de la riqueza de Petra estuvo en el comercio caravanero. Hasta siete rutas confluían en la ciudad del desierto, desde donde se distribuían los productos hacia Alejandría, Jerusalén, Damasco, Apamea y muchas otras ciudades. Las fuentes literarias, como el Periplo del Mar Eritreo y Plinio, detallan las enormes tasas a las que estaban sujetas las mercancías que circulaban a través del reino nabateo. Se dan cifras de hasta un 25 o un 50 por ciento de imposición tributaria. Esa carga, unida al alto valor de los productos comercializados, como seda, betún, incienso, especias o mirra, y por la enorme cantidad de mercancías desplazadas permiten comprender el súbito esplendor del reino nabateo, ocasionado por la enorme demanda derivada de la Pax Romana, que se materializa en su portentosa capital. Sobre la cronología del reino nabateo no se dispone de datos directos que permitan trazar una historia más o menos firme. Hemos de conformarnos con la información arqueológica y las noticias aisladas que proporcionan las fuentes clásicas, esencialmente Diodoro Sículo, Estrabón y Flavio Josefo. Toda esta documentación permite constatar que a mediados del siglo II a.C. existía una familia real en Petra, atestiguada por Estrabón, aunque la institución monárquica puede haber precedido a la dinastía de Aretas I, considerado tradicionalmente el primer rey nabateo; el nombre de Aretas I aparece mencionado en la inscripción nabatea más antigua, de 168 a.C. A partir de ese momento se consolidaron las estructuras del reino y se empezó a construir la necrópolis real. Los diferentes reyes competirían entre sí por lograr fachadas cada vez más bellas y espectaculares para sus tumbas talladas en las paredes rocosas.