Una peluquería de estilo moderno en el casco antiguo de Montpellier. Fundada en el siglo XI, Montpellier es una ciudad joven con respecto a sus vecinas Nîmes, Narbonne, Béziers o Carcassonne, creadas en tiempos romanos. Nació como un intercambio de favores, y el caballero Guilhem construyó un castillo y una iglesia, que más tarde llamaría Montpellier. La ciudad creció rápido en el ámbito comercial y académico. En el siglo XIV, pasó del reino de Aragón a los reyes de Francia. Llegado el siglo XVIII, los muros fueron reemplazados por avenidas espaciosas y plazas. Hoy, la plaza de la Comédie, llamada L’Œuf (el huevo), es el escenario central de la ciudad, un gigantesco espacio peatonal donde convergen todas las miradas. En su centro, Les Trois Grâces (Las Tres Gracias) tienen sus cuerpos erguidos, los brazos inclinados y las sonrisas provocadoras. Coronan una gran fuente con suelo de mármol de Carrara. Antes, las figuras se cubrían cuando salían los santos en procesión. A un lado de la plaza, L’Opéra-Comédie, del siglo XIX, está inspirada en el modelo parisino. En sus escaleras monumentales, se refugian los punks y los perros que, aquí, gozan de buena salud gracias tal vez a los buenos oficios de Saint-Roch, el santo nacido en Montpellier en 1340, que curaba a los enfermos y a los animales, siempre acompañado de su perro. Desde la plaza, para acceder a la modernidad, hay que atravesar el centro comercial del Poligone, templo del consumo, antiguo cementerio protestante. Al final de una escalera mecánica nace Antigone, símbolo del progreso, el barrio nuevo, diseñado por el arquitecto Ricardo Bofia. Se trata de un conjunto de edificios neoclásicos a lo largo de un kilómetro, que incluye departamentos, oficinas, locales y espacios públicos. El hombre desaparece detrás de tanta verticalidad y viento helado.