Interior del monasterio de Pelkhor Chode. Al fondo se divisa la magestuosa Fortaleza Dzong. Gyantse. Deambulamos por los concurridos puestos y nos paramos ante las enormes piezas de carne de Yak, o de cabra que cuelgan de vigas y postes de madera bellamente policromadas. Las cabezas de los animales se disponen ordenadamente a los pies de lo que en su día fueron los cuerpos a los que estaban unidas. Curiosamente el olor no es desagradable, se ve que la altitud y la temperatura mantienen la mercancía en un estado más que aceptable. Si bien las mujeres llaman la atención por lucir sus tocados tradicionales, los hombres, tanto adultos como niños, visten a la manera occidental, la mayoría de ellos con ropajes que parecen de otra época, ajados y sucios como si los hubieran sacado de un baúl olvidado en un polvoriento desván. En el mercado se respira vida, el ajetreo es constante y los viejos y manoseados yuan cambian de mano constantemente. Gyantse, mantiene a duras penas el sabor de una pequeña ciudad medieval, calles polvorientas y sin asfaltar jalonadas a ambos lados por pequeñas edificaciones de paredes encaladas. Aún hoy se ven circular carricoches tirados por asnos y borricos junto a los que deambulan parsimoniosamente solitarias cabezas de ganado.