Estamos a 2200 metros de altitud y nos movemos a una velocidad máxima de 16 kilómetros hora en dirección a Puigcerdà. El sol incide directamente sobre nosotros y la sombra de los 25 metros que miden las telas del globo pinta de color negro  las montañas y valles por donde pasamos. La paz y tranquilidad que se percibe desde el globo contrasta fuertemente con las emociones intensas que se viven en las montañas donde seguramente algunos esquiadores aprovechan las últimas nieves de la temporada.  Han pasado casi una hora y media y es el momento de tomar tierra. No tengo ganas de descender, juro que me quedaría horas y horas imitando el vuelo de las aves en ese poético cielo. Comenzamos a perder altura poco a poco, sin prisas. Un prado verde primaveral en las inmediaciones de Sanavastre es el escenario del aterrizaje. La cesta golpea suavemente en la hierva. Todo ha terminado. El sueño se ha esfumado en pocos instantes. Ahora ya sólo queda el recuerdo de las fotos para inmortalizar la experiencia vivida.