La mañana es soleada, ni una sola nube asoma por el horizonte. Desplegamos las telas en un descampado próximo y los quemadores de gas propano comienzan a inundar el interior de éstas de aire caliente. Lentamente, el enorme balón de color amarillo va cogiendo forma hasta llenar los 9000 metros cúbicos de aire que caben en su interior, mientras la cesta empieza a moverse como si tuviera prisa por empezar a volar.   Desatamos los cabos de las cuerdas que nos sujetan al suelo firme y suavemente comenzamos a elevarnos. Un ligero cosquilleo te inunda el alma como si quisiera trasmitirte que estás viviendo una experiencia increíble y que ésta perdurará en tu interior toda la vida. El viento es suave y volamos con la misma majestuosidad que lo hacen las águilas reales no muy lejos de donde nos encontramos.