Cuentan que Ubud, la capital cultural y artística de Bali, fue conocida mundialmente porque en ella encontraron sus musas artistas procedentes de todas las partes del mundo. Desde luego, si las musas existen, sin duda, al igual que Afrodita, han nacido de las aguas que rodean esta isla, educándose después en lo más alto de esta tierra. Ubud es un mágico mercado a pie de calle donde las salas de exposiciones se juntan a tiendas de las que penden bellos soniquetes de bambú. Por un lado, las bicicletas entran y salen de las calles como si fueran manadas de abejas en busca de un panal, por otro, una procesión de hombres y mujeres vestidos de ceremonia, portan un florido ataud… Suena la música de una especie de xilófono, reiterada sucesión de notas, campanillas divinas que se dejan acariciar por el seco y persistente toque de un tambor. En medio de la calle, envuelto en la esencia de clavo, el silbido adormecedor de las motocicletas se pierde cuando entras en el Mercado de Pasar Ubud. Es entonces cuando la voz del vendedor de sarongs se mezcla con la de la anciana que a sus 86 años sigue tallando la madera con una pulcritud increible. Entonces, te pregunta que cómo se dice cómo estás, en español. Se lo dices y ella lo repite y te despide con una sonrisa, sin preocuparse por venderte algo. Sin embargo, esto no es lo habitual, la venta y el regateo es un arte que se debe de practicar. En el propio mercado y en las tiendas de los alrededores te encuentras cientos lienzos de retratos de aborígenes, expresiones a carboncillo de mujeres danzando, sutiles pinceladas de coloridas flores exóticas, paisajes que se columpian entre el claro y el oscuro de una bella puesta de sol, una corona de fuego recortando el perfil puntiagudo de algún templo sagrado.