Un hombre con el típico poncho de la zona en la Plaza central de Filandia. Quindío. La arriería tiene su origen por la necesidad del transporte, ya fuera de personas, mercancías o simplemente el coroteo de los chécheres de la casa cuando emigraban de una región a otra para colonizar tierras. Primero había que abrir trochas para hacer los caminos a través de la manigua. Inóspitas selvas llenas de animales feroces, mansos o traviesos y no faltaban los fantasmas mitolólogicos, serviciales o malvados Se planeaba la salida con anticipacióny una mañana cualquiera emprendían la Odisea. Los niños eran transportados en silletas a la espalda por los peones. Los corotos y bituallas se cargaban en mulas o bueyes. Estos iban adelante para que fueran trillando el rastrojo y luego detrás el hombre con su machete o peinilla cortando varas y bejucos estorbosos. En su viaje hacia el nuevo territorio llevaban gallinas, cerdos, vacas y uno o varios perros que no le puede faltar al campesino paisa. Después de una larga jornada, cerca a una quebrada hacían un claro en medio de la espesa selva. Descargaban los animales y encendían la hoguera para preparar comida y espantar las alimañas. Esto era tarea de las mujeres, mientras los hombres armaban un cobertizo para pasar la noche. Este era un viaje de muchos días y noches. Todo se convertía en una rutina hasta llegar al punto señalado, prácticamente era un ritual. Despertar al amanecer, desayunar, recoger, fregar y acomodar enseres de cocina, reunir los bueyes y mulas, cargarlos, preparar las silletas donde cargaban a los niños, ancianos y mujeres embarazadas, estar listos y continuar la marcha. Pero eso si, antes de empezar la jornada había que hacer un desayuno bien trancao y preparar el fiambre para el almuerzo. Consistía en una buena totumada de chocolate de bola, hecho de cacao molido con harina de maiz tostao. Este iba acompañada de arepa de maiz sancohado y fríjoles trasnochados con un trozo de carne ahumada. Para el almuerzo se empacaba papas cocidas y fritas con un poco del mismo fríjol recalentao, más huevo frito y arepa, todo esto empacado en hojas de biao o plátano. Estos arrieros capesinos eran demasiado religiosos hacia la fe cristiana, apostólica y romana. Antes de acostarsen rezaban el Rosario, una oración a las ánimas benditas del purgatorio, un padrenuestro por los familiares que se quedaron, otra al angel de la guarda. Se reunían alrededor de la hoguera y narraban cuentos de aparecidos, de animales, cachos o sustos, de los deslices de la vecina y lo hacían hasta que los agarraba el sueño. Antes de empezar los alimentos, entonaban una oración dando gracias a Dios por darles de comer sin merecerlo. En el pecho siempre llevaban un escapulario de la virgen del Carmen o una camándula hecha de achirillas y cristo metálico. Cumplían todos los dogmas y actos de Fé inculcados por el catecismo del padre Astete. Una de las penurias que sufrían estos arrieros y colonizadores eran las enfermedades y parásitos adquiridos en su vida trashumante. La diarrea, la fiebre, las calenturas, el paludismos, gota y otras que ellos llamaban mal de ojo. Arriero que se respetara no le podían faltar, piojos, pulgas, carangas, carranchil, niguas y las famosas candelillas o mazamorras entre los dedos de los pies. Las lombrices y solitarias era patrimonio de los niños y los animales domésticos. Muchas de estas enfermedades se las curaban o al menos las aminoraban con remedios caseros, yerbas naturales y rezos encatados. Su vestuario muy peculiar se componía de ruana, poncho, sobrero de paja aguadeña de color blanco y ala ancha. Usaban ropa de dril, tanto para sus pantalones de bota ancha, y para las camisas de manga remangada. Llevaban machete o peinilla al cinto, un buen carriel de cuero de nutria, la navaja capadora, barbera para afeitarse, jabón de tierra, azul de metileno para las mataduras de las mulas, polvo rojo para el naibí de las bestias, o para matar los manetos, cierto piojillo que vive en la pelambrera púbica adquirido cuando se visitaban las zonas de tolerancia de los pueblos, más conocidos como "culo estrecho, niguateral, culo mojado o la mona lisa", en fin, donde se iba a tomarse unos aguardientes y darle gusto al cacho. En el carriel no podía faltar un espejito, tabacos, yesquero para enceder el fuego, agujas capotera para coser, agujas de arria para arreglar las enjalmas, cabuyas, dinero, cartas de amor de la novia o de la vecina, la camándula, novena a las ánimas benditas, unas tenazas para arrancar clavos, un par de dados para montar una garita en cualquier trocha, una vela para alumbrar de noche, los polvos de la madre celestina para enamorar viejas, mostaza para cazar brujas, en fin, un montón de güevonadas que en cualquier momento le servían para salir de la encrucijada.