Lalibela. Una mujer reza en el interior de la iglesia Bet Medhane Alem. Para admirar las iglesias de Lalibela no hay que mirar hacia arriba, sino hacia los pies. La iglesia más grande es Bet Medhane Alem, la más grande de todas, con 33 metros de largo por 25 de ancho y una fastuosa decoración que recuerda a los templos griegos. La de Bet Emmanuel, unos centenares de metros al este de la anterior, es una de las más bellas y mejor talladas de todas, que seguramente sirvió como capilla real. Hace más de 700 años, un rey etíope decidió hacer de su ciudad la “Jerusalén” del mundo cristiano ortodoxo. Pero en vez de levantar grandes templos a la manera clásica, se le ocurrió excavarlos en la roca para que los enemigos que hostigaban su reino no los localizaran fácilmente. El resultado fue una de las maravillas de la Antigüedad, un conjunto de once iglesias distribuidas en dos grupos, más una duodécima separada de éstas, que se fueron deconstruyendo a golpe de cincel, vaciando la roca hasta lograr un volumen interior igual al que se hubiera conseguido en un templo clásico, con planta de cruz griega, columnas, capiteles, bóvedas de medio punto y altares, solo que todo es de una sola pieza. El lugar se llama Lalibela, está en una esquina poco accesible del norte de Etiopía, cerca de la frontera con Eritrea, en mitad de unas montañas áridas, pobres y desnudas que apenas verdean durante la temporada de lluvias. Y es uno de los lugares que más me han impactado en mi vida de viajero; uno de esos sitios que recomendaría visitar a cualquiera antes de hacerse viejo.