Un mágico atardecer con los elefantes a escasos centímetros del vahiculo 4x4 en el que hacemos el game safari cerca del campamento Khwai River Lodge de Orient Express en Botswana, en el interior de la Reserva Salvaje de Caza Moremi. Botswana no vive de la agricultura, que el ganado, aunque es un pilar importante, se concentra en el polo opuesto a donde está la vida silvestre. Y que el crecimiento de la población, junto al enriquecimiento del país, requiere más suelo y, por el hecho de que gran parte del territorio es desierto, hay una demanda creciente de zonas fértiles y productivas. Esto  propicia que se abuse del suelo (experiencia que hemos vivido en nuestro país estos años atrás). ¡El valor del suelo está en alza! Se necesitan pretextos y nada mejor que argumentar que el país está siendo devastado por estos opulentos seres que consumen diariamente, por cabeza, 170 kg. de hierba, corteza de árboles y arbustos. ¿Cuánto se comen en un día 600.000? ¿Cuánto consumían hacen cien años cuando eran diez millones?... Y la Naturaleza sobrevivió a la  presencia de estos “mastodónticos” seres. Pero por lo visto, ya no puede más… ¡Tranquilos! Gracias a la acción de una serie de  superhéroes con escopeta en mano y un buen puñado de dólares, se evitará la tragedia y salvarán a África de este mal que es el elefante cuando se sale de madre o traspasa la raya. Y visto lo visto nosotros nos preguntamos muchas cosas: ¿Quién arrasa a quién?, ¿quién arrebata las tierras a quién?, ¿exceso de elefantes o exceso de seres humanos?, ¿muchos elefantes o muchas vacas? ¿Muchas acacias o poco maíz?, ¿interés por proteger la especie o una afición más para millonarios?, ¿interés común o intereses privados? Hay un dato que queremos resaltar: El Parque Nacional de Chobe tiene 10.698 km2. Esto equivale a una extensión de 1.070.000 hectáreas. El parque alberga la mayor concentración de elefantes de toda África. La Naturaleza del Parque es robusta, fuerte, viva. Y como el ave fénix, nace y muere, pero todos los días. Lleva siglos haciéndolo. La Naturaleza no necesita maestros. Ella es la maestra. Tiene sus propios mecanismos de control que le permiten mantener el equilibrio. Es el hombre el que altera esta armonía, el que desestabiliza y el que agota los recursos y el territorio. Es quien pone en peligro la existencia de las especies y por ende la suya. Por poner un ejemplo, en España, desde el año 1968 a 1996 la superficie afectada por incendios (la mayoría intencionados) ha sido de 5.811.133 hectáreas, lo equivalente a 58.000 km2. (Desde 1996 a 2011 los incendios han aumentado esta cifra). Está claro que no necesitamos elefantes para devastar el país y pese a todo resistimos. ¡Fuera escusas!, ¡fuera pretextos! Al elefante se le mata por su marfil, por su piel y, lo más grave, por placer. Decir que la caza de elefantes es “un Arte, una experiencia única” es lo que diría Hannibal Lecter. Disparar no es sano. Algo enfermizo hay en el alma de aquel que sin temblarle el pulso, por puro placer, por pura satisfacción, por sentirse más importante, le quita la vida a otro ser vivo. No es sólo afición, no es sólo poder,  no es sólo ostentación. Es algo enfermizo. Matar  un elefante no es echar un cangrejo a la olla  -no queremos llegar a extremismos, aunque compartamos la opinión de PACMA y no la de WWF (Animalistasfrente a conservacionistas)-, es algo más preocupante. Nos movemos en un mundo donde las sensibilidades son como los gustos, pero más definidas, más transparentes. Aquí hay escalas, hay grados, y si cocinar un cangrejo no le hace saltar las lagrimas a la mayoría de la gente, matar a un elefante sí. Tal vez sea porque transmite sentimientos cuando los vemos conviviendo en familia, cuidando, protegiendo y acariciando con su trompa a las crías… o sencillamente tal vez sea porque te miran y un cangrejo aunque tenga ojos no lo hace. Miran. Claro que miran, y de frente. Incluso cuando le van a meter un balazo entre ceja y ceja miran de frente… Está claro que Botswana es un paraíso para los que tienen “pasta”: diamantes y caza mayor. Son palabras mayores. Chirrían e incluso tienen tufillo. No huelen bien. Rápidamente las asociamos a un mundo fatuo, desmedido, cínico, hipócrita, vanidoso, carente de escrúpulos. Estereotipos que por desgracia, como en esta ocasión, se empeñan en reproducirnos. Nunca podremos olvidar esa imagen “real” del ser más robusto, majestuoso (el elefante sí que es un rey), hermoso y de gran nobleza que pisa la tierra y que hemos visto, estupefactos, como en esta ocasión  se le ha  humillado hasta en su lecho muerte: Estampado de trompas contra un árbol, como fondo glorioso para la foto que tal vez sólo se exhibió en la intimidad (hasta que se hizo  pública) de un lugar privilegiado de la casa, de palacio, como un simple recuerdo o tal vez ¿para alimentar el ego?, ¿subir la autoestima? o quizá para… ¿presumir de proezas y batallas ante familiares, amigos y compromisos de protocolo?... “Noble”hazaña del más noble de España sobre uno de los más NOBLES seres que habitan este planeta. ¡Deplorable! Nos parece demencial, indecente, funesto, aciago…,  un sinfín de calificativos que nos reservamos no por pudor sino para no perder los papeles. A Dios lo que es de Dios (y según qué dioses), pero al César no hay que darle todo. El César que se lo gane. Al elefante démosle la tierra que le pertenece y que el hombre le está arrebatando con oscuros fines. Si se reduce su hábitat evidentemente no habrá sitios para todos. Se accionará el plan B: ¡Control cinegético! Escusas, siempre escusas, pero, ¿quién es el devastador?, ¿quién arrasa el suelo de quién?, ¿quién es el animal salvaje? El elefante ha muerto, ¡viva el elefante!... rey.