Los templos de Bali —"los puras" — son espacios a cielo abierto rodeados de muros color arcilla de un metro de alto construidos con corales. Estos templos sin techo permiten un mejor contacto con la naturaleza y los dioses, y poseen en su interior santuarios, jardines y palmeras. En la entrada se levantan portales triangulares y al fondo están los "merus", unas pagodas de madera con hasta doce techitos superpuestos hechos con fibra negra de caña de azúcar. Allí moran los dioses encarnados en pequeñas imágenes de oro y resulta curioso observar cómo la gente los alimenta y los baña. La decoración reboza de pequeñas estatuas de duendes y diablillos. Los "puras" son, básicamente, un escenario artístico destinado al deleite de los dioses. En el templo del Palacio Real de Ubud disfruté del baile Legong entre dioses de piedra, palmeras y orquídeas. La luna hacía brillar el bronce de los gamelanes al aire libre, donde permanecieron silenciosos hasta que los músicos arremetieron con violencia contra ellos. Una explosión caótica de notas generó una tensión ambiental que se apoderó de la escena. De inmediato aparecieron tres sensuales bailarinas con unos brillantes trajes tradicionales. Sus piernas permanecían casi estáticas, pero la movilidad de la parte superior del cuerpo era veloz y entrecortada. Se necesitan años de escuela para pulir los sutiles movimientos de brazos y manos que son la clave de este baile, junto con la gestualidad de la cara. Los rostros oscilan entre expresiones de un éxtasis de felicidad y miradas diabólicas con las pupilas moviéndose frenéticamente.