Aquest reportatge, que es centra en el tema de les drogues en un barri barcelonès, va ser realitzat en col·laboració amb “Metges Sense Fronteres” que va intervenir en un programa d’intercanvi de xeringues. Can Tunis és una de les zones més degradades de Barcelona. Entre el Port i la muntanya de Montjuïc, se l’ha anomenat el “supermercat de la droga” per la seva relació “qualitat-preu”. Arribaven de totes parts, alguns estrangers, altres de diferents regions de la Península, amb una mitjana d’edat de 30 anys. Uns 20 ó 30 vivien (o malvivien) sota el Pont de la Ronda Litoral de Barcelona, en unes condicions higièniques i humanes indescriptibles, envoltats d’escombreries i rates. Altres, amb domicili fix o sense ell, s’apropaven per la seva dosi. I tots feien el que fos per buscar-se la vida. Uns la fumaven, altres buscaven qualsevol part del cos per a injectar-la. Tots coneixien el que és una sobredosi. La Policia Nacional també estava present, comprovant la documentació en la recerca de persones amb causes pendents. I el record dels fills, qui els tenia, l’únic positiu de les seves vides. Actualment el barri està sent desmantellat per a formar part del Port de Barcelona, però el problema no ha desaparegut.

EL CORREDOR DE LA MUERTE (Extret del llibre Barcelona 2004 com mentida de Manuel Trallero / Sergi Reboredo)

Bienvenidos al infierno, pasen por favor, y vean el horror...eso sí pueden. Aquí están los apestados del siglo XXI, recluidos en su lazareto, ahí yacen en este pozo negro, en este agujero sin fondo, estigmatizados para siempre jamás. Están ahí, pero ya no están. Aquí no hay billete de vuelta, ni viaje de regreso, es el final de trayecto, la estación final, la última parada. Han dejado de ser, han sido dados de baja como personas, borrada su condición humana, quitados de en medio, puestos fuera de la circulación, apartados de la vista, excluidos de las estadísticas. Son muertos en vida, porque aquello que no se ve, es por la poderosa razón de que ya no existe. Una lógica diabólica, criminal.
He contado hasta tres arcadas consecutivas, mientras clavaba las uñas en las palmas de la mano, que apretaba con fuerza, cerraba los puños, recostaba la espalda contra la pared y la angustia me secaba la boca. No podía, no debía desmayarme, ¿o quizá el orden los factores fuera inverso?, en cualquier caso no debía hacerlo me repetía una y otra vez. Pero la sangre fluía hacia las órbitas sin parar, y entornaba los párpados para no mirar. Yo era un periodista aguerrido, en ocasiones incluso incisivo, ¿no habíamos quedado en eso?. Era un hombre hecho y derecho.
Por la puerta de atrás de la furgoneta, apenas a un par de metros, una chica de la edad de mi hija mayor se estaba inyectado, tenía con ella un extraño parecido físico, aunque quizá solo fuera figuraciones mías, y se pareciesen tanto como un huevo a una castaña. Fue la primera imagen, un recuerdo imborrable. “¿Cómo lo llevas?”, acertó a preguntarme Eugenia en aquel preciso instante. “Me alegro mucho que me haga esta pregunta”, respondí en pleno ataque de ingenio, con el cuerpo descompuesto y el estómago revuelto. Aquella noche no conseguí dormir, ni siquiera con la ayuda inestimable del Orzidal, y así varias noches consecutivas.
Antes, eso sí, me habían proyectado un vídeo, y me habían dado unas cuantas recomendaciones para mi seguridad personal. No lo sabía pero a aquello se le llama un “briefing”, una reunión informativa. Estaba convencido de que me darían un té con pastas, o un cocktail de bienvenida, como en los cruceros de lujo, tipo “Vacaciones en el Mar”, pero no fue así. Eran unos cuantos consejos pronunciados con tono imperativo, con la voz que emplean las azafatas de los aviones, cuando muestran a los pasajeros el uso de los chalecos salvavidas, a base de “en caso de que se enciendan las señales luminosas, apaguen los cigarrillos, tiren fuertemente de la mascarilla....”. Habían serías dudas, sobre la conveniencia de mi calzado, y como aquel que no quiere la cosa, recordaban casos en que transeúntes ocasionales se habían pinchado con jeringuillas ya utilizadas, y susceptibles, por tanto, de estar infectadas. Además me explicaron que íbamos provistos de una sirena, por si la cosa se ponía fea, y en caso de que la señal se pusiera en funcionamiento había que salir de allá zumbando. El nivel previo de acojonamiento era indescriptible, el miedo atroz.
Lo más difícil, lo más difícil de todo era aceptar que sí, que aquello era real, que estaba pasando, y no era una simple pesadilla, un mal sueño. Era cierto, yo estaba allí, a bordo de un vehículo de “Médicos sin fronteras”, tras casi medio año de arduas e interminables negociaciones, una ONG, que cuatro veces por semana, acude allí dentro del programa de “Cuarto Mundo”, en su proyecto de “reducción de daños”, consistente en el intercambio de jeringuillas, curas y derivación a otros centros. Esto no es el “Ejercito de Liberación”, no hay monsergas morales, no hay drogadictos, ni yonquis, ni drogatas, ni toxicómanos, ni siquiera pacientes, aquí hay tan solo usuarios, como si se tratase del metro o de la compañía que suministra el gas.
A las tres y media, y hasta las cinco y media, hemos abierto la parada, debajo de un puente de la Ronda del Litoral. Este era nuestro destino, Can Tunis, y aquella su patria. Uno de esos terrenos baldíos, muertos de desencanto que quedan por ejemplo, al lado de las vías, cuando el tren llega a las proximidades de una gran ciudad, atravesando suburbios inequívocamente grises. Así es aquello, una vegetación de maleza baja, en medio de un descampado abierto a los cuatro vientos que lo asolan, atrapado entre las dependencias portuarias con una montaña de containers como toda línea del horizonte, un nudo de autopistas y ferrocarriles, el poblado de casas, habitado por familias de etnia gitana, que van a derribar para ampliar el puerto, todo bajo la presencia imponente de un cementerio. Un paisaje de una sordidez indescriptible, un “cul de sac”, una trampa fatal. Este es el hogar de una treintena de personas, que viven en condiciones infrahumanas, aunque cada día acuden unas ochocientas. Solo en dos horas se atienden a unas cien, como media, y cada mes se producen, dentro de este horario un par de sobredósis. Hasta allá no llegan los políticos, ni el señor Pujol en sus incansables correrías sabatinas por el país a bordo del helicóptero, ni el señor Pascual Maragall, que eso sí se fotografía paseando en moto –aunque sin casco – por las “fabelas” brasileñas. Aquí, no hay votos a ganar, es que ni uno solo.
Fui incapaz de bajar, de poner el pie en el suelo, estaba agarrotado, no paraba de sudar. Mientras tanto Enrique, el conductor colocaba un bidón con agua, sobre una mesita plegable. Brigitte, una médico alemana, - que con su aspecto de walkiria rubia parecía puesta allá un espejismo - estaba junto a la ventanilla, y Eugenia la responsable del asunto y enfermera, una de las profesionales de la tripulación, atendía desde detrás. Lo hacia con la misma frescura que una pescadera en el mercado de La Boqueria, con más arrestos que el caballo de Santiago, y más conchas que galápago. Este era el equipo de aquel día, al que me había sumado, pero en otras veces he ido enrolado desde con trabajadores sociales, hasta una traductora de ruso, o desde psicólogos a antropólogos.
Fueron llegando como zombis, salidos de un “video clip” de Mikel Jackson, tambaleándose, caminando por entre una alfombra de jeringuillas y una mar de desperdicios, mezclado con lodo, charcos de aguas y sus propias defecaciones. Al fondo unos colchones por el suelo, un sofá desvencijado, una caseta de perro, bajo una pintada que reza “La fuerza está en ti. Dios te quiere libre”. No hay nada, ni agua potable, ni servicios sanitarios, ni contenedores para la basura. ¿Para qué?. Nadie recoge nada, no pasa, por ejemplo, como en la parte alta de la ciudad, en la Carretera de Les Aigües, donde una brigada de la limpieza se lleva con primor los preservativos utilizados y los pañuelos desechables, usados en lances de amor. Aquí nadie les ve, no hay turistas, no sucede como con los inmigrantes de la Plaza Cataluña. De vez en cuando pasan una excavadora y dejan el terreno liso. Eso sí, el ayuntamiento realiza encuestas entre ellos, que después deben publicarse en sesudos estudios, figurar en completas memorias y documentadas ponencias en congresos internacionales. No harían falta ni presupuestos extraordinarios, ni investigaciones científicas, ni fondos de la Unión Europea, aquí como en la India o en el África subsahariana, una simple toma de agua, una cotidiana manguera, podría salvar vidas humanas. Esta es tierra de misiones. Para conseguir que puedan ducharse una vez a la semana, ha sido preciso el concurso de tres ONGS distintas, una que pone el personal, “Médicos sin Frontera”, otra ABD, que se encarga del transporte y una tercera, Arels. que presta el local.
“¿Cuántas chutas?, ¿ya las has dejado?, ¿americanas o españolas?, ¿plata?”. Este es el dialogo que mantiene Eugenia. Algunos llegan con la ansiedad reflejada en el rostro, con la misma cara que pone un pasajero, que en el mostrador de facturación del aeropuerto, tiene prisa por cumplir con los trámites, para no perder el vuelo que está a punto de despegar, mirando a todos lados. Otros en cambio van como a cámara lenta, parsimoniosos y sobrados piden una sola aguja, dejando ver su presunta condición de consumidores ocasionales. A efectos estadísticos les piden el nombre, el año de nacimiento, y el país de origen. Los hay que dan su filiación completa, como si fueran quintos alistándose, y otros susurran el nombre y parten corriendo como quien atienda a una urgencia.
Un día cualquiera en apenas dos horas, se resume en un estadillo, 99 usuarios, el 57,42% tiene entre 30 y 39 años, el 27,72 entre 21 y 29 años, el 6% tiene más de cuarenta años y el 7% menos de veinte años. La inmensa mayoría son españoles, el 68,31%, pero los hay de Liberia, Rusia, Marruecos, Estados Unidos, Portugal, Italia, Alemania. Kosowo, Albania, Egipto, Argelia, Francia, Grecia y Georgia. Se recogieron 736 jeringuillas utilizadas, y se entregaron 1.177 por estrenar. Además seis pedazos de plata, 25 smars, gomas para las venas, y 42 preservativos, se efectuaron cinco curas, y se desviaron dos casos de sobredosis a Caps. Cifras, datos. ¿Todo esto tiene algún interés para alguien?. ¿Para quién demonios estoy escribiendo?. Quizá solo para la posterioridad, es decir para el olvido.
A través de la venta rectangular de la furgoneta, desfila en procesión una verdadera corte de los milagros, es como la proyección de un film en una pantalla lejana, en tonos sepias, como un teatro de guiñol de mi infancia, en donde aparecían y desaparecían unos muñecos, el bueno le pegaba unos castañazos de miedo al diablo al acabar la representación. Esto no es teatro, esta vez no son de cartón y trapo sino de verdad, seres humanos con mayor o menor grado de evidente deterioro físico, que van depositando las jeringuillas y retiran las nuevas. Aunque a nadie se le escapa que por la noche, algunos las venderán a quienes acudan a por suministros. Hay desde la mulata que cojea ayudada por un bastón, arrastrando todas su pertenencias, hasta quienes han perdido ya prácticamente todos los dientes o presentan hematomas como mapamundis bajo los párpados. Pero todos irremisiblemente todos, sin excepción alguna han extraviado el brillo de la mirada, son ya opacas.
“¿Cómo estas hoy José?”, le pregunta Eugenia a un chico, no en vano lleva acudiendo aquí desde el año 99 y a muchos los conoce por su nombre. “Mal, si estoy aquí es que estoy mal”. Otro chico se ha hecho una herida, es de casa bien, del Paseo de la Bonanova. Otras veces no son simples rasguños, sino mordeduras de ratas, que aquí son del tamaño de un conejo. Va pasando delante de mis ojos una Babel cosmopolita, desde el negro azabache de Gambia hasta el señor maduro de Manresa, desde quien llega en autobús, hasta quien lo hace a bordo de un lujoso Mercedes, desde el gitano de pelo ensoritjado hasta el marroquí que llama idefectiblemente hijo de puta al argelino, hasta que llega el argelino y llama hijo de puta al marroquí, llegan con el camión de reparto de la empresa y el mono de trabajo puesto, con los libros debajo del brazo recién salidos del colegio, o con la motocicleta que atan junto a la furgoneta para que no se la roben. Se pinchan y vuelven a sus quehaceres particulares.
Hay también rusas bellísimas, de un rubio color princesa de cuento de hadas con la mirada lánguida, y verdadera carne de presidio, con tatuajes hasta en las cejas y las venas acuchilladas como por navajas, no en vano algunos llegan a pincharse hasta sesenta veces al día, esta parece ser la plusmarca, el récord actualmente establecido. Son verdaderos espectros, casi fantasmas, recuerdan las imágenes de Semana Santa, con sus semblantes acerados, las carnes anacaradas, los hilos de sangre de los que pende la aguja, víctimas de crisis psicóticas, rascándose sin parar, o rebuscando entre los dedos.
No en vano esto es Can Tunis, el supermercado europeo de la droga, el lugar del continente donde se pude adquirir más barata. Es la meca, el epicentro, el paraíso. Está situado estratégicamente al lado del puerto y cerca del aeropuerto, y bien comunicado con la ciudad, y encima hay que entrar y salir por el mismo lugar, una ratonera. Llegan de todas partes, incluso algunos vienen a Can Tunis a pasar las vacaciones. Esta chica italiana, con la mochila acuestas, como si fuera de camping, se acerca a pedirnos una aspirina y Eugenia le explica que es por efecto de la cocaína. “No he tomado nada, acabo de llegar”, afirma enfadada mientras se larga.
Suceden cosas sorprendentes. Como un magrebi pidiendo a voz en grito quien le cambia un billete de cien dólares, o una mujer paseando un cochecito de niños con una caja vacía de fruta en su interior. Pasan dos negros de la altura de una palmera, esgrimiendo sendos machetes, como para ir a la zafra a cortar caña de azúcar, o a una chica con aspecto remilgado de no haber roto nunca un plato, que se le cae una pistola por entre los pliegues de la falda. Llegan un par de caballeros bien trajeados preguntando si hemos visto a un chico que es como uno de ellos, que falta de casa desde hace un par de días, pero del cual no saben ni el nombre de pila, a pesar de ser familiar suyo. También llega otro caballero portando una tabla de surf, o quien pretende vender un surtido de quesos variados, extraviado de algún supermercado, o un policía mostrando la foto de un evadido de la cárcel, por si lo habíamos visto. Y una pareja curiosa formada por un ruso del tamaño de un armario con luna, que lleva una chaqueta tres tallas más pequeñas y las mangas apenas le cubren los codos. Va en compañía de un español bajito, como un botijo al que solo le falta llevar boina.
También está el ex combatiente de Kosowo con sus papeles de la libertad condicionada recién adquirida, que muestra como quien enseña orgulloso un trofeo de caza, o la chica a quien Eugenia pregunta por su hija, y responde que esta con la abuela, mientras su pareja no reprende “¿Porqué habéis tenido que preguntarle por el crío, porqué?”. Incluso tenemos en nómina un gracioso oficial, cada día es capaz de explicar un chiste distinto, hoy nos ha tocado el del “punky”. Reza así: “Va un punky en el metro con una cresta así de alta de color naranja, y un viejo se lo mira todo el rato. Hasta que el chaval pilla un mosqueo de mucho cuidado y le pregunta “¿Qué coño miras?”. Y el otro le dice: “Es que una vez me tiré a una gallina, y quería saber sí eras hijo mío”. El narrador se va a toda pastilla. Llega Xavier, un viejo conocido de la casa, mantiene una relación odio amor. Sostiene completamente en serio que el ojo amoratado que luce ha sido causado por una caída producida por un ataque de epilepsia. “No solo soy drogadicto, sino que además epiléptico. Menuda desgracia”.
Aquí vamos, sobre todo, de “speed-ball”, un combinado a base de heroína blanca y cocaína, a cinco euros la dosis. Las substancias se mezclan con agua en el “pote”, aunque he visto incluso utilizar cerveza, que a menudo es una simple lata recogida del suelo, o agua de los charcos, aunque lo ideal es que sea agua destilada en un recipiente aséptico. Allá se introduce el filtro de un cigarrillo, se revuelve el contenido y se aspira con la jeringuilla del mencionado filtro. Se pincha en vena produciendo un bombeo para aumentar los efectos de la substancia, por eso la aguja se mantiene un buen rato introducida en la vena, pendiendo del barzo, y el resultado es que se van metiendo elementos extraños en el organismo que provocan necrosis, abscesos y flebitis, los “callos”, - por esto muchos presentan problemas con las extremidades, cojean o tiene un brazo o la mano paralizada- hasta el momento en que estas se obturan las venas, “venas envenenadas”. Al proceso de desintoxicación se le conoce como “limpiar las cañerías”, o “lavar la sangre”.
La cocaína produce una fase ascendente, hasta llegar al momento del “flash”, en que se producen taquicardias, hipertensión y crisis piscóticas. Para combatir los efectos de la depresión respiratoria que produce la heroína se procede a la ingestión de pastillas, de psicoptropos. Aquí hay un mercado floreciente de estos productos, porque mucho de los que son atendidos en centros ambulatorios con estas substancias, o con metadona acuden aquí a revendérselos para adquirir el “speed-ball”. El “tranxilium”, por ejemplo, va a doscientas pesetas la unidad. Hay quienes también consumen heroína marrón quemándola sobre el papel de plata e inhalando el humo que desprende vía pulmonar. Y también hay consumidores de “crack”, pero el repertorio no es ni mucho menos completo. Una cosa, si en que esta todo el mundo de acuerdo. Nadie, absolutamente nadie entiende el triunfalismo oficial, por las cifras según las cuales ha disminuido el consumo de heroína en Barcelona. Es un verdadero misterio, más espeso incluso que el de la Santísima Trinidad.
Hay historias humanas, claro que sí. ¿Cómo las quieren?, ¿grandes o pequeñas?. ¿Muy conmovedoras, o solo un poquito?. Las hay nuevas de trinca, por estrenar, y otras viejas, ya sobadas. Las hay que van en boca de todos, como la de la muchacha que murió en pleno invierno de sobredosis, y a los pocos minutos su cuerpo estaba completamente desnudo, le habían quitado todas sus pertenencias, ya no le hacían falta. O aquella otro del señor maduro, perfectamente trajeado, con corbata incluida, que va buscar las dosis para su hija, o la de aquella chica rusa que víctima de una crisis de manía persecutoria, atravesó limpiamente la Ronda del Litoral, y se topó con un coche para morir atropellada. O la de la madre que reconoció a su hijo por la televisión, llegó desde León, cuando estaba en pleno mono de abstinencia, le ayudo todo lo que pudo, pero a los pocos días de partir ella, murió de sobredosis.

Pero eso, ¿a quien le importa?. Son eso, historias, simples historias, pertenecientes a un desprestigiado subgénero periodístico conocido como de “interés humano”, que no interesa a nadie salvo que suceda en países lejanos, protagonizado por seres exóticos, y retransmitido por la pantalla del televisor a la hora de la cena. Hoy, por primera vez, he puesto el pie en el suelo, he pisado Can Tunis, Sergi, el fotógrafo dice que más vale pisar la tierra, que la moqueta de los despachos. Sin duda alguna es todavía joven.
Mi encomiable misión, una tarea sin duda alguna ardua, para la cual no sé sí estoy suficientemente preparado, consiste en repartir vasos de plástico, en la que puedan beber el agua, que traemos en dos bidones, y proporcionarle papel con que secarse las heridas. Sucede una cosa sensacional, que me deja petrificado, es que la práctica totalidad de los llamados usuarios, piden las cosas por favor, y dan las gracias acto seguido, es realmente sorprendente casi tanto como que alguien les escuche sus inacabables narraciones, sus peripecias, que en ocasiones ponen la piel de gallina, producen escalofríos. Llega una señora entrada en años, con la jeringuilla colgando del brazo, y se deshace en excusa, por venir de esta forma, mientras se aleja. Tengo que apoyarme en la furgoneta para rehacerme del trance
Esta por ejemplo Merche, delante de mío, regordeta. Tiene 25 años, se inyecta desde hace tres meses. Busca ayuda. “Sí yo me salgo, quizá podré ayudar a que mi pareja se salga. No puedo más, no puedo más...”, solloza mientras fuma, con unas lágrimas que son como lamparones. Contrajo el Sida por una relación sexual de la que quedó embarazada y abortó. Ha ejercido esporádicamente la prostitución. Tiene un hijo de ocho años, pero le quitaron la custodia y está en un centro de la Generalitat. Desde entonces sufre una depresión, se pasa el día llorando. Se toma cinco o seis Tranquimacines por jornada. Queda para ir al dispensario de “Médicos sin fronteras”. Pero nunca acudió.
Esta este otro caballero, alto y bien trajeado, que nos pide dinero para acudir a una pensión. Pero dinero, precisamente dinero, es lo único que no llevamos. Estaba en un centro de rehabilitación en Zaragoza y le echaron porque dijo que “antes de irme haré daño a alguien”. Una tontería, una verdadera tontería según el mismo reconoce, pero ahora una gitana le ha fiado una “papelina”. “¿Dónde voy a ir?, ¿a dónde?. Conocí a mi madre cuando yo tenía dieciocho años, ahora está en Mallorca, cumpliendo condena por tráfico de drogas”.
Y está Pedro, que acaba de salir de la cárcel. Antiguo legionario se ha pasado un año, por el hurto de una “mariconera” a un turista alemán. “Es que la vi allá, tan fácil”, naturalmente le pillaron. En la cárcel es horroroso. Porque la misma administración que promueve en TV3, la famosa “Marató”, con el efecto de recoger fondos en la lucha contra el SIDA, es la misma que se niega al reparto de jeringuillas entre la población reclusa, con un elevado número de drogodependientes. Las agujas para inyectarse son reutilizadas en las cárceles catalanas, alquiladas entre diez y quince mil pesetas, por cuarenta o más personas, con el riesgo evidente de contagio.
Pedro nos sigue como un perrito faldero, no quieren que le dejemos solo. Hasta mediados de Diciembre, estamos en Octubre, no cobrara el subsidio de desempleo, “¿Hasta entonces de que vivo, del aire del cielo?”. “Si me meto en un bar y me tomo cuatro cervezas me sale más caro que venirme aquí a pincharme”. Seguimos caminando “Hoy he robado un par de zapatos para poder pincharme. Esta es mi degradación como persona,...ojalá me hubiera quedado en La Legión, allí solo se fumaban canutos.” Sufre la habitual verborrea tras la administración de la dosis. “Hay hombres que maltratan a las mujeres, claro que los que hay, pero también hay mujeres que infringen daños a los hombres, ¿no?”. “Esta es mi degradación como persona –vuelve a repetir por enésima vez- por eso voy siempre limpio, y aseado, me afeito cada día, para tratar diferenciarme de los demás. Me lavo cada día y me afeito, por eso, para repetirme a mí mismo que sí, que soy una persona”. Le ha pasado de casi todo, como dormir en la calle y ser robado. “Yo les decía, “¿pero no veis que no tengo nada, porque duermo en la calle, por gusto?. Pero acabaron robándole la cartera vacía, con toda la documento. Pedro está francamente preocupado por las consecuencias de la guerra de Afagistán. “Ya veremos que pasa, se van a cortar los suministros, más vigilancia...”. De Pedro nos rescata Luís, “Yo ya solo espero el autobús,... el autobús de la muerte”, y suelta una risotada. “Dos veces fui al hospital..., pero por lo visto no era la hora. A la tercera va la vencida”.
Está el que acaba de ser padre, que tiene a la madre de su hijo, también drogodependiente, en el hospital tras el parto. Al bebé han tenido que suministrarle metadona, porque tiene el síndrome de abstinencia recién nacido. Él continua yendo a consumir. Y este otro caballero, que va buscando de aquí y allá hasta que reúne el necesario para una dosis. En ocasiones sirve de “conejillo de indias”, prueba el cargamento, antes de que lo adquieran los “camellos”, para constatar la calidad de la mercancía en su propia cuerpo. “Ayer les dije, que esto era una mierda, que no valía nada”. Ahora está delante mío preparándose, antes de inyectarse, sale una gota por la punta de la aguja, la contempla pasmado como quien esta viendo, la séptima maravilla, del mundo, o la Capilla Sixtima y exclama: “¡Que belleza!”, y acto seguido le pasa la lengua, y se relame complacido. No es dulce, y por tanto no ha sido cortada con Cola-cao, como pasa a menudo. Mientras se pincha me explica, “Yo lucho porque sea legal, o que en cualquier caso pase como en Austria, o en Alemania, donde recibes asistencia inmediata, y no has de hacer colas interminables para recibir tratamiento. Quiero que mis hijos puedan decir: “Mi padre fue un yonqui, pero hizo lo que pudo por mejorar la situación...”.
Salgo de paseo con Eugenia. Tengo la misión de llevar una bolsa de “chutas” nuevas, mientras ella sostiene el recipiente para recoger la ya utilizadas. Emprendo el recorrido, el “tour a la ville” con el ánimo encogido. “Somos un objetivo fácil”, me comenta cuando estamos en mitad del descampado, un paisaje de aspecto lunar con algún que otro coche calcinado, basura amontonada, y poney, sí, si un poney lo han leído bien, paciendo tranquilamente, atado a un árbol, ni a Buñuel o Dalí les saldría mejor. En ocasiones, por lo visto, les disparan balines o les arrojan piedras desde el poblado cercano.
“Hacéis un trabajo magnifico con nosotros, magnifico”. Mi interlocutor se tambalea de un lado a otro, aunque la verdad es que yo tiemblo más que él, no de miedo, sino de pánico. Vistos de lejos debemos formar una pareja curiosa. Le ha cogido la ya tradicional prosapia que da la coca. “Estoy con metadona. No tengo anticuerpos, aunque me he pinchado con “chutas” utilizadas, lo que pasa es que siempre llevaba una botella con lejía y limpiaba las jeringuillas. Pero tengo la hepatitis B y C. Sí mi mujer se entera de que me meto “caballo”, me mata...He tenido quince meses de cárcel, no tengo trabajo...Esta mañana ha habido una sobredosis, y yo le he recogido todo lo de valor de chaval, después me ha dado las gracias, y yo le he dicho: “Hoy por ti, mañana por mí”. ¿Sabes que pasa?, que yo me drogo porque me corto hablando, no sé que decir, “¿tú crees que hay algo para esto?”. Una fina corriente de sangre, le bajaba por el brazo. Lo juro, podía haberme puesto a tararear el estribillo de la última canción de moda, contar ovejitas, o repetir la alineación del “Dream Team”, pero me puse a rezar el Padre Nuestro, de forma mecánica, una y otra vez, sin parar, como si fuera un “tic” nervioso. Los coches permanecían parados en la Ronda, como cada día a aquella hora, ajenos por completo a lo que sucedía a escasos metros.
Por entre los matorrales se ven inyectándose, y los niños del poblado pasan por en medio en bicicleta, como si tal cosa Eugenia se acerca a los usuarios, a preguntarles si necesitan alguna cosa. Es como un servicio a domicilio, “in situm”. Yo me quedo a un metro de distancia, el tiempo parece haberse detenido, me sudan las manos, la bolsa me resbala, y parece pesar una tonelada al cabo de un rato. Estoy a punto de sufrir una crisis de ansiedad, de tirarlo todo, pegar un grito, y salir corriendo....No puedo más, respiro de forma entrecortada. Estoy agotado, exhausto como si hubiera recibido una paliza. En el camino de regreso le pregunto a mi guía “¿Tú tienes pareja?”. “A mi no aguanta nadie, ¿y tú tienes pareja?.”, responde ella. Hago un gesto vago con la mano, “Tienes aspecto de disparar a todo lo que se mueve”, y acto seguido se hecha a reír. Produce un estremecimiento oír aquí una risa, como procedente de un mundo lejano, de un más allá remoto.
Tengo ganas de cogerla entre mis brazos, de abrazarla contra mi pecho, de besarla una y otra vez, allá en medio....pero no lo hago. Quizá sí que me lo he creído, y me pienso que soy como Humpry Bogart y ella es como Caterine Humprub en la “Reina de Africa”. ¡Menudo sitio para enamorase!. De regreso a la furgoneta, Carme Tapies, la responsable del proyecto me dice “El peor día fue cuando una chica me preguntó, ¿Pero tú, tu que puedes, porque vienes aquí?. No ves que nos moriremos todos igual, vengais o no”.
Vuelta a la base. Me entero de que han recogido a Antonia, caminado sola por el Cinturón de Ronda, dirección a Can Tunis. Mientras ejercía la prostitución en Montjuich, ha sido violada, y robada. No tiene nada, ni cinco, pero confía en que alguien le preste algo. Tratan de convencerla de que acuda a un dispensario a curarse de las heridas, pero ella prefiere continuar el camino y la dejan en la parada del autobús. En ocasiones las chicas, cuando tienen el mono, solicitan el “cinquillo”, una quinta parte de la dosis, y cambio proceden a efectuar una felación al donante. Es una practica habitual.
La señora Felisa quiere hablar conmigo. Es una gran noticia, casi un acontecimiento. La señora Felisa es la máxima responsable de ABD, otra ONG, que acude todas las mañanas con su correspondiente furgón a realizar un trabajo semejante al que realiza “Médicos sin fronteras” por la tarde. Sin embargo de trata de una ONG, un poco especial, porque ha ganado un concurso convocado por el Ayuntamiento. La buena mujer esta preocupada y me cita en su despacho. El motivo de su angustia es saber lo que voy a escribir, sobre todo me ruega, casi me implora que no diga ni una palabra de “la carpa”, un establecimiento por lo visto semi clandestino. Se trata de una tienda de lona, en cuyo interior, con asistencia sanitaria, los usuarios proceden a inyectarse. En Madrid, gobernado por la derecha rancia española, existe en Barranquillas, un poblado semejante a Can Tunis, una llamada “sala de venopunción”, la famosa “narcosala”. Aquí en Can Tunis, cuando se quiso instalar algo parecido se armó la de Dios es Cristo. Aun recuerdo un programa radiofónico de Josep Cuní, en que un representante de la asociación de vecinos de la Zona Franca, se oponía a su instalación aduciendo que ellos no estaban en contra de los drogadictos, sino simplemente de los “drogadictos que vienen de fuera”. Me insulto me llamó nada menos que “intelectual barato”, le rogué que retirase de inmediato lo de intelectual...lo de barato era rigurosamente cierto.
El doctor Manuel Amoro Peminger, trabajó en Can Tunis, y visito Barranquilla, sus conclusiones aparecieron en una carta en el “Servei d´Informació Col.legial”. correspondiente al número 100, de septiembre - octubre del año 2001. Entre otras consideraciones tras estar en poblado madrileño escribe: “Vaig veure com pot ser un espai de venopunció en condicions, preparat i recolzat per l´Administració. Em vaig adonar que és una necessitat de salut imprescindible en un espai com Can Tnuis. És una necessitat de salut tan elemental que no desempvolupalr-la vulnera la més elemental ètica profesional. (...) M´he sentit frustart cada cop que intentava dur a terme allò que m´indicava el sentit comú i la meva experiència. Veia com la gent consumia en condicions d´higiene deplorables i aquesta queixa no arribava enlloc per manca d´interès dels responsables de Salut Pública. (...) He pogut veure amb els meus propis ulls com a la Barcelona del 2004 hi ha ciutadans que s´ha decidit abandonrar.(...) Es molt tris adonar-se que hi persones a les quals l´Administració no considera com a tals. I aquest atemptat als drets mes fonemebtals de l´individu, aquesta desprotecció premeditada en fa pensar que encara ens queda un llarg camí, per assolir una societat justa i democrática”.
Mientras tanto a la señora Felisa, a la buena mujer, le da miedo que se provoque la “alarma social”, que los vecinos se revuelvan en contra suya. Hay una cosa sensacional, extraordinaria. La Generalitat de Catalunya, el departamento de Sanitat, cedió un autobús nuevo. ¿Saben ustedes que hizo?. Lo primero, exactamente lo primero fue arrancar la pegatina, el escudo de la Generalitat de Catalunya. En todas partes ponen la chapa, pero aquí en Can Tunis hacen precisamente lo contrario: la quitan.
A la mañana siguiente vamos con Satxa’, un responsable de ASUT, unas siglas que varían según las épocas, y que igual significan Asociación Somos Utiles, como Asociación de Usuarios y ex usuarios de toxicomanías El chico está por la despenalización de las drogas, por el tratamiento de los drogadictos como enfermos. Nos lleva en su coche, detrás nuestro va un equipo de TVE, de Sant Cugat, para realizar un reportaje de la demolición del poblado gitano, y del traslado de sus habitantes, es casi una excursión colectiva. Satxa es un tipo ocurrente, muy vivido, que tiene una pieza de puzzle, y como casi todos piensa que ya tiene el rompecabezas completo. “No hay que preocuparse tanto por el calzado, yo he ido muchas veces en coche y nunca he pinchado”. Es un argumento definitivo. “Aquí por las noches, es como si vieras volar al diablo”. Conoce a todo el mundo. “¡Hombre, cuanto tiempo sin verte!”, le suelta a bocajarro a un caballero. “Es que he estado en la cárcel. Quince días, pillé una borrachera y me cargue una cabina de teléfonos. Me cayeron treinta mil pesetas, pero como no las tenía, pues... para adentro” Satxa explica que a los drogadictos “Hay que tratarles con cariño, y en casi todas partes lo único que hacen es suministrarles tranquilizantes para que molesten lo menos posible”.
Llegamos al furgón de ABD. Es como una especie de fuerte del Séptimo de Caballería, entre los indios. Casi nadie baja al suelo, parecen parapetados tras las vallas. No ha habido suerte, como hoy hace viento, no han podido plantar la tienda, la famosa “carpa”, con la llegada del invierno, eso sí, no podrá instalarse y utilizaran uno de les viejos furgones. Reparten desayunos, y bocadillos al mediodía, blandos, fáciles de masticar por los problemas de dentición. A los usuarios que lo hacen les pagan mil pesetas, también les dan mil pesetas a los que asisten a una charla informativa o a los que recogen jeringuillas o amontonan plásticos. La imagen es como de campos de refugiados en Somalia o en la antigua Yugoslavia, sin embargo lo más sorprendente de todo, es que llegan una pareja de bordo de un coche Mercedes con matricula italiana, y se ponen a la cola para recoger el bocadillo, como sí tal cosa se lo comen.
Satxa realiza las gestiones pertinentes, hace de introductor de embajadores, hay que esperar. Por matar el rato salimos a dar una vuelta. Georgina, la presentadora televisiva es rubia y tiene veinte pocos años, en apenas media hora se ha fumado más de medio paquete de cigarrillos, está hecha un manojo de nervios. Caminamos, y yo la animo “¿Tú no quieres ser una periodista de verdad?”. No me he sentido nunca tan gilipollas como diciendo semejante chorrada, No levanta la vista del suelo, cuando llegamos debajo del puente, palidece, y le paso un brazo alrededor de los hombros, está temblando. Solo me dice “gracias”.
Ya se han realizado los tramites oportunos, y a la una vamos a recoger a Basilio. Es un maestro, un viejo luchador, toda una vida enterrada aquí. Es la conexión entre la comunidad gitana y el mundo exterior, aquí se hace lo que dice Basilio, es una especie de mezcla entre alcalde pedáneo y reencarnación del Dalai Lama. Mira al grupo de periodistas por encima del hombro, sobrado. “Vamos a ver, ¿qué querreis?”. Lleva toda la vida aquí, y se cree en posesión de la llave, que abre y cierra la espita de la información. Es profundamente antipático. Pero dice una gran verdad. “Mientras que los payos expulsan a los drogadictos del mundo, de su entorno, las familias gitanas en cambio mantienen a sus hijos en su seno, les ayudan”.
Por fin nos trasladamos al poblado. A un lado estamos los periodistas, al otro los habitantes. Parece el encuentro de Cristobal Colón con los indios el día del descubrimiento de América. Son unos gitanos bajitos, cegijuntos, morenos hasta el tétano, con una tonalidad aceitosa en la piel, y los ojos vivaces. Son con la replica exacta de Pancho Villa pero en pequeñitos. Nadie se mueve. Tengo un pronto, y me pongo a dar la mano a todo los reunidos, y a preguntar como esta la señora, y que tal los niños. Parezco un político en campaña electoral. Presumo de hombre con experiencia, y de saber ir por el mundo. Al poco rato dejamos la calle, y entramos dentro.
Es como un pueblo de pescadores del sur, con sus tonos pastel en las paredes, sus mesas debajo de un cañizo, mientras unos cuantos juegan al parchís, y los usuarios van y vienen entre los perros y los niños que les miran con evidente cara de asco. Son dos mundos distintos, dos líneas paralelas, que coexisten pero que no se mezclan, que jamas se juntan. Nadie se inmuta. Basilio, recrimina a unos mozalbetes que no continuaran en la escuela, y estos lucen los distintivos de la marca de penda deportiva Nike, pero no en las camisetas, ni en los chandals, sino como joyas, como collares de oro. Quien más y quien menos va enjoyado hasta en los entresijos del alma.
El Ayuntamiento se ha vendido tan ricamente el espacio que ocupan sus casas, al puerto para que este haga la ampliación de un aparcamiento de los containers y a cambio les ofrece ocho millones a cada una de las ciento y pico familias. Nos enseñan una vivienda, está resplandeciente, más limpia que los chorros del agua, es casi como un duplex, una cosa impresionante. “¿Dónde voy a encontrar una cosa igual, por ocho millones, en donde?”. Las cámaras de televisión recogen las declaraciones de Basilio y de los gitanos.
“A ver si haceis algo por nosotros”, me dicen un gitano de pelo rizado, y mirada brillante, “Aquí hay buenos y malos, pero no todos somos malos. Porque haya alguna manzana podrida, no quiere decir que todo el saco lo esté. Aquí somos más limpios que en muchas partes, ¿porque nosotros no podemos ir a vivir a cualquier sitio?, ¿porqué, porque somos gitanos?”. Cuando le explico que mi abuela era gitana, responde: “Es lo mejor que te podía haber pasado en tu vida ”.No tengo muchas dudas al respecto. “¿Ves este chaval?, este chaval –su hijo- juega en el Barça. Si señor en el Barça C y es de Can Tunis, ¿qué pasa si llega a ser una figura?, pues que será una estrella del Barça nacido en Can Tnuis. El chico baja la mirada con disimulo, y yo le deseo toda la suerte del mundo.
Días después de nuestra visita se produjo la ocupación de una de las casas abandonadas por parte de un grupo de usuarios, es de decir de toxicómanos. El resultado de la invasión no se hizo esperar. “Esto es lo que nos faltaba. No sólo hay que aguantar a los yonquis deambulando a todas horas delante de nuestras casas. Ahora los tenemos durmiendo, aquí como vecinos. Esto no se puede aguantar. Les dejan ocupar las casas para que nos larguemos asqueados”. Quien habla es el señor Francisco Pérez, alias Kiki, monitor de la escuela de primaria de Avialar Chavorro. Las declaraciones las recogió “El Periódico”, del día el titular del diario, señalaba que “Grupos de toxicómanos ocupan las viviendas desalojadas de Can Tunis”. Los subtitulares rezaban “El incendio de una de las casas asaltadas por drogaditctos ha crispado el ánimo del vecindario. Los afectados por expropiaciones amenazan con cortar la ronda si no les dan pisos de protección”. Por su parte “El País”, titulaba un breve “Incendio en un a vivienda de Can Tunis”. Solo leyendo las reseñas uno podía enterarse que se habían producido tres heridos en el incendio, algo así como cuando se cae un avión en lugar de dar la noticia de los muertos en el accidente en titular, se lamentase la irreparable perdida de un aparato Boeing 727.
Aquí la policía no entra casi nunca, pero sin embargo hubo una excepción clamorosa. Los explica la Federación Catalana de Palomos Deportivos, en su página web, bajo el original título de “Can Tunis. Ciudad sin ley”.
“Desde el pasado mes de Octubre, se han ido sucediendo una serie de robos de Palomos Deportivos, efectuados en centros de entrenamiento y en propiedades particulares de socios federados y pertenecientes a diversos Clubs de columbicultura, en varias poblaciones cercanas a la capital barcelonesa. En total hay más de 30 robos denunciados en las comisarias locales correspondientes y sobre unos 1.000 ejemplares sustraidos y valorados en unos 50.000.0000 ptas. (...) Se teme que los autores de los robos, utilicen nuestros palomos para acciones perversas y lucrativas Se sospecha que los autores de los robos, los venden para entrenar gallos de pelea, los cuales los destrozan sin compasión, o incluso se piensa que están utilizados como contenedores de sustancias (...) El pasado día 14 de noviembre, fuerzas especiales de la Policía nacional y judicial, mediante orden de registro en algunas viviendas del barrio de Avillar Chamorro, en Can Tunis, fueron recuperados con vida 53 ejemplares, algunos de ellos, hallados en estado crítico de deshidratación, por lo cual se teme que perezcan de forma inevitable en pocos días. Durante la operación, se hallaron una gran cantidad de palomos muertos, que habían sido abatidos a tiros por los autores de los robos. Los cuerpos de estos palomos yacen en los tejados del barrio, en estado de descomposición. Tal y como comprobaron los agentes policiales”.
Pero aquel día volvimos al camión de A BD. Hoy ha sido un día tranquilo, han llevado a una usuaria a abortar al hospital. Ejerce la prostitución, y los clientes le reclaman hacer el acto sexual sin preservativo. Ha sido un día tranquilo porque una de los clanes familiares dedicados a la venta de drogas ha asistido a un entierro, hoy apenas ha habido suministro.

Estamos en la parada de la Ramblas, delante de Canaletas, estamos Sergi, yo y un usuario. Llega el autobús nº 38, pero no se detiene, nos ha visto, ¡claro que nos ha visto!, pero ha pasado de largo y de nosotros. Saltamos los tres a un taxi, y emprendemos la persecución del autobús, Ramblas abajo. Es inútil pretender que el taxista nos lleve a Cam Tunis, porque los taxis de Barcelona, van a casi todas partes, menos a una, precisamente a esta a Can Tunis. Saltamos a tiempo del taxi, y nos abalanzamos sobre el autobús al final de las Ramblas. El usuario quiere pagar su parte proporcional del taxi, pero le invitamos. La visión sobrecoge el animo. Es como un autobús del sur de los Estados Unidos, en plena época de la descriminación racial. En la parte delantera van las personas digamos que normales, los que han pagado billete, donde irían los blancos. Detrás los usuarios, y nosotros con ellos, a quien la compañía tiene la gentileza de no cobrarles el billete, es todo un detalle. En medio separando ambos mundo, están los guardias de seguridad, con su aspecto inevitable de skin heads, pelo raspado, gafas de sol aunque llueva. Es lo más parecido que he visto en mi vida, a los vagones de tren en que se transportaban a los deportados hacia los campos de exterminio en la Alemania nazi. Hay un olor penetrante a humanidad, un aroma poco embriagador que lo invade todo, que impregna hasta el cabello y la ropa, igual que si hubieran fumado en un recinto cerrado. Están allá sentados, apenas hablan entre ellos, mirando fijamente hacia el frente, seguros de encontrar su destino. Ajenos al paisaje que transcurre junto a ellos, y el azul imperioso del mar Mediterráneo. Tienen una cita con la muerte, mientras los pasajeros de la parte delantera, no giran nunca la cabeza. Los “guardias de seguridad” proceden a su recuento, a nuestro recuento, como sí fuéramos cabezas de ganado y apuntan en un papel el resultado. El viaje ha acabado.
El comité de recepción, de bienvenida está formado por miembros de la Policía Nacional, en traje de faena, el despliegue de efectivos es impresionante, en moto, a pie, a caballo, en coches patrulla o en vehículos camuflados. En ocasiones, incluso realizan el trabajo previo, en las propias paradas del autobús. Es como cazar moscas en un panal de rica miel, cuando llega el autobús, todo el mundo sale corriendo, tratando de evitar el encuentro con los agentes, la cacería, son como hormigas, queriendo zafarse de prisa, como animales cogidos en una trampa. Es muy sencillo. Se forma una tupida red, y se va seleccionado, más tarde ó más temprano todo pasaremos por este control, esta frontera infranqueable, esa aduana. Hay que enseñar la documentación, sobre todo por la cosa de las órdenes de búsqueda y captura, o la falta de permisos de residencia. Después hay que abrir las bolsas, vaciar los bolsillos y poner las manos sobre el coche patrulla. Sobre todo buscan los objetos robados, fácilmente intercambiables por papelinas, o las armas. Las fuerzas del orden, van merodeando por todas partes, pero nunca se meten en el poblado gitano, ¡vaya casualidad!. Hay una especie de pacto no escrito, según el cual no se acercan a los furgones de las ONGs, pero ello no ha evitado que en más de una ocasión se les hayan cruzado los cables e incluso hayan pedido la documentación a los propios voluntarios. No es frecuente, pero en ocasiones se escapa alguna hostia, en estas circunstancias, las consecuencias pueden ser inerranables.
Hay un olor a túnel, casi un sabor. Se mete dentro, como el frío en el estómago, es como lamer un cenicero, tienes algo en el cuerpo que te pesa, mientras ves aquel ajugero que se pierde en la mirada, por entre dos vías que son como dos líneas plateadas sin fin. Es un paisaje tétrico, da miedo solo mirarlo, recorrido de vez en cuando algún convoy inacabable de mercancías, que parece haberse perdido por aquella vía muerta, con un traqueteo monótono, igual que una caja de música estropeada. Hasta allá nos ha llevado Manuel, un chico portugés, para que veamos como fuma heorina marrón. Hay un recodo, una cueva repleta de porquería, pero provista de una silla. Allá nos explica que lleva cinco años consumiendo, que trabajaba en Berga poniendo postes para la telefónica, y que vive en Torre Baró, con “su vieja”. Es una relación sucinta, mientras extrae el papel de plata, y una y otra vez lo alisa, para preparar el rulo. Sergi va haciendo las fotos,
Manuel continua con gestos mecánicos, pero precisos construyendo su artilugio. Vive de trapichear con hachis para los turistas en la Plaza Cataluña. Es como tantos pequeños camellos, a la vez un consumidor, se saca cinco mil pesetas al día. Extrae la heroína de un calcetín, envuelta en una hoja de color verde botella. Coloca la dosis sobre un papel de plata, y con la ayuda de un mechero la quema por debajo, mientras empieza a inhalar el humo que desprende. La heroína va cambiando de color y adquiere un tono cada vez más oscuros, convirtiéndose en una materia viscosa que recorre el papel, volviéndose cada vez más pequeña, y dejando tras de sí, un reguero. Los gestos de Manuel cada vez se hacen más pesados, y el semblante se vuelve más pálido, mientras entorna los ojos. Sergi continua fotografiando, disparando la cámara. ¿De que coño estará echo este chico?, hasta que le noto a él también más blanco que de costumbre. Nuestro objetivo continua inhalando, y explica que lleva cinco años enganchado, y que produce una gran relajación, sopor y sueño. Se ha acabado la sesión fotográfica y yo me adelanto caminando por la vía, con el sol de cara.
Delante mío esta la policía. Es un caballero con el pelo rapado y perrilla, parece haberse escapado de una película de Kun Fú. Me pide la documentación, mientras me pregunta si llevo droga o armas. En estas que aprecio el grosor de mi abdomen cervezero y apunto está de escapárseme la risa, solo con pensar que alguien pueda sospechar que presento un aspecto aguerrido.
“¿Qué es esto que lleva en la mano, una navaja?”, inquiere el señor agente. “Un rotulador”, le respondo. ¿”Un rotulador?”, requiere de nuevo el representante de la ley. “Un rotulador marca Montblanch”, afirmó como queriendo dar más credibilidad a mis palabras, con el nombre de la marca. Coge el utensilio entre sus manos, lo desmonta con sumo cuidado, como si fuera una trampa, y comprueba que dentro solo hay la carga de tints. Me lo devuelve con la desilusión tiñiéndole el semblante. Blande el DNI en la mano, mientras aparece un compañero suyo. Le explico que soy periodista, y le enseño la credencial. A Sergi y a Manuel también les han parado. El agente contrasta ambos carnets. “¿Qué están haciendo aquí?”. “Un reportaje”. Una señorita rubia teñida con aspecto de Barbie, colega de mi interlocutor, que resopla tras haber ascendido con esfuerzo el terraplén de la vía me dice: “Vaya sitio para hacer un reportaje”. La mirada que le dirijo la hace volverse hacia otro lado. “¿Qué tipo de reportaje?”, inquiere mi interlocutor. “Un reportaje”, respondo sin demasiadas ganas. “Este es un sitio peligroso, váyase con mucho cuidado”. Solo atino a contestarle “Pero esto también es Barcelona, ¿no?”. Me fustiga con la vista.
El doctor Torralba tiene la amabilidad de recibirme en su despacho de la Plaza Lesseps. Es el responsable municipal del plan contra las drogas, un perfecto funcionario socialista, cuyo lema y divisa es “hago lo que puedo”. Me recibe de uñas, y yo para allanar el camino repleto de dificultades le enseño las fotografía que pensamos publicar, es una forma como otra cualquiera de iniciar una amistad. Hace ver que no se inmuta, pero un leve temblequeo del labio superior le delata. Es el vivo retrato de “Quico el progre”, barba incluida. Se explica perfectamente, es como hablar con una pared de frontón, tiene la lección bien aprendida no en vano su despacho esta dentro de una habitación más amplia en cuya puerta reza el título de “Imatge i comunciació”, una cosa rimbombante y en buena medida sorprendente para un sitio como este. Rebate todos y cada uno de mis argumentos, como quien sabe de memoria las preguntas y las respuestas correctas del catecismo. Tan solo me acepta que sí, que efectivamente están en unas condiciones horrorosas, pero que gracias a él, no están peor. Un verdadero consuelo, si no hay agua no es culpa suya, y él en cambio la lleva en bidones; sí hace frío no es culpa suya que cierren los albergues él en cambio les lleva mantas térmicas. Sus programas con metadona llegan a más de dos mil personas, y mordeduras de ratas, que él sepa tan solo han habido dos casos. El tiene ochenta millones para Can Tunis, y en Madrid para la sala de venopunción tienen 500. No hay demoras, ni listas de esperas en los centros de rehabilitación, aunque eso si reconoce que el servicio del Hospital del Mar –que por cierto no depende de él- estuvo este verano pasado cerrado tres meses por vacaciones y por obras. Que vuelva cuando quiera, pero que publicar estas cosas, solo puede provocar que los vecinos se reboten, - los vecinos eso sí, reconocen que están a más de un kilómetro y medio-, y si cortan el tráfico como ya ha pasado otras veces, no podrá hacer nada más. La prensa ya se sabe, pone el titular para vender más, aunque dentro se digan las cosas bien, queda el titular.
Esta a mi disposición para lo que haga falta. El contrato con ABD es solo por seis meses, porque claro son dineros de tres administraciones distintas, porque además no es una competencia municipal, porque además la presión del mercado ha cambiado y por eso ha aumentado el consumo de cocaína y ha disminuido el de heroína, y aunque yo no entiendo nada, ni papa, insiste una y otra vez que esta a mi disposición, que en can Tunis se atiende a usuarios que no son de Barcleona término municipal, y “que nos los tenemos que comer”, que el autobús sin chapa de la Generalitat, es un autobús que repartía metadona y fue incendiado en La Mina, y que de chapas ni hablar, que no hay que apuntarse tantos por esas cosas, que cuando quiera saber algo más....No se quien está más contento, si él de librarse de mí, o yo de él y poder respirar por fin un poco de aire. En la calle pienso que el cinismo es la peor de las drogas.

Susan han muerto. Fue la primera persona con la cual hablé allá distendiamente, de tú a tú. Fue tras el 11 de Septiembre. “Yo a los americanos les tengo miedo, son capaces de cualquier cosa. Ellos pensaban que estaban a salvo y ahora se han dado cuenta de su impotencia, puede ser terrible, terrible....”. Lo sabia, bien por propia experiencia, no en vano ella era americana y lo explicaba con la misma voz que utiliza Stanley Laurel, en las películas de “El Gordo y el Flaco”, un castellano gansoso, que se recreaba en las cavidades nasales, y acababa por tener unas resonancias casi cómicas, como si hablara en falsete. Tenia todavía rasgos de belleza, aunque yo asistí en primera línea a su ultimo irreparable deterioro, y poseía la distinción natural de las ladys, que han aprendido a tomar el té con limón y a leer libros buenos desde pequeñitas. Era una más, pero no era un cualquiera, tenía clase, una clase innata, que destacaba incluso en medio de aquel estercolero y aquellos desechos humanos, irradiaba algo, una fuerza interior. Al hablar una vez y otra con ella, hice un gran descubrimiento. Los drogaditcos, no son tontos, todo lo contrario suelen personas sensibles, muy inteligentes. El hallazgo me produjo grandes controversias. “¿Cómo pueden ser inteligentes personas que se autodestruyen?”, solían responder mis interlocutores. Susan era la respuesta, pero eso pocos, muy pocos lo sabían.
Era una antigua modelo, ex hyppy, veterana de Vietnam, se dedicaba a pasar compatriotas suyos de contrabando a Canada, para evitar ir a aquella guerra, y sin embargo, por paradojas de la vida, se enganchó precisamente con la heroína que traían los combatientes de vuelta a casa. Huyó de los Estados Unidos, casándose con un catalán y recalando en Barcelona. Tenía su genio, claro que sí, y sufría una verdadera paronia en forma de manía persecutoria. “No hables nunca de mí, por favor, no lo hagas nunca, porque los yonkis ricos, no me pueden ver”. Explicaba peleas con casi todo el mundo, incluso que “me mordieron y me pasaron los anticuerpos del SIDA”, pero era entrañable. Sergi fotografió su última sobredosis, y a los pocos días supimos había muerto en el Hospital del Mar. Ha durado muchísimo, para la larga trayectoria que llegaba En casa, mientras escribía un articulo sobre ella para “La Vanguardia”, me puse a llorar. Hable por teléfono con Eugenia, y me pregunta “¿Por qué lloras?”, está chica tiene el don de hacer siempre la pregunta inadecuada, en el momento más inoportuno, pero estoy loco por ella. Era una hija de su madre –por cierto una periodista de Nueva York con cien años cumplidos- pero la vamos a encontrar a faltar. Solo pude darle gracias a Dios por haberla conocida. Ella ha sido la ultima, pero desde luego no será la última.
A los pocos días fuimos con Sergi al SAPS, un centro de la Cruz Roja, abierto de las 10 de la noche a las 6 de la semana, y que atiende a la población drogodependiente, pero también a las prostitutas del Raval. Habíamos quedado con Miguel Sierra, el responsable, pero llegamos tarde y ya se había marchado. Alguien me preguntó si había escrito el artículo sobre Susan, le dije que sí, que había sido yo. Me felicitó y dijo “Me ha gustado mucho”. Tuve una de mis típicas reacciones de tímido recalcitrante y le respondí “A mí tampoco”. No entendió nada.
Localizaron al señor Sierra, por teléfono, y este me explicó que yo podía hablar con quien quisiese, pero que solo podía utilizar a efectos de publicación aquello que él me dijese, porque él era la única fuente autorizada, quedamos para vernos al dia siguiente. A la salida unos caballeros se estaban pinchando en la escalera y muy amables nos dijeron, “Pasen, por favor pasen” No nos vimos con el señor Sierra, hablamos por teléfono. Me cagé en la madre que le parió, le dije de todo. ¿Quién era él para decirme lo que yo debía o no publicar?. Respondió que él guardaba la intimidad de los usuarios de su servicio, como sí acaso yo pretendiera publicar la historia clínica de alguien, y que además lo único que yo quería era beneficiarme del dolor de los demás. Podía haberle estrangulado tranquilamente de tenerle delante de mío.
Tampoco ha sido una muerte inútil, porque aunque Can Tunis desaparecerá físicamente, Dios mediante, aunque no quede ni un solo vestigios, ni piedra sobre piedra, el problema cambiara de barrio, de emplazamiento, no desaparecerá, por supuesto, pero el recuerdo de la inculcación sistemática de los más elementales derechos humanos que aquí se han producido, en medio de un silencio atroz clamoroso, perdura, para siempre, para nuestro oprobio y vergüenza, en el recuerdo de la ciudad. Es profecía. Susan: no te olvidaré nunca. Va por ti.

Texte: Manuel Trallero

 

La fi de Can Tunis va augmentar el tràfic de drogues al barri

El Periódico de Catalunya, 4 Desembre 2008

La pineda que envolta la zona sinistrada serveix d'aixopluc als heroïnòmans
Traficants de la zona alertats per la deflagració van llançar cocaïna per la finestra

Un vell activista civil de Gavà, amb l'emoció vençuda per la impotència, confessava ahir tarda - entre visita i visita als seus amics hospitalitzats - que potser aquesta tragèdia posi per fi al barri de Ca n'Espinós a la llista de prioritats de les administracions.

El conflicte ve de lluny. Però la demolició de Can Tunis, fa quatre anys, va provocar una dispersió dels camells de l'heroïna i de la població creixent de toxicòmans, que van trobar en les pinedes de la serra del Garraf que protegeixen el barri de Ca n'Espinós, un bon lloc on instal · lar.

COVES NATURALS

Conegut popularment com la masia per l'històric edifici del mateix nom que el barri que li va donar origen, la zona del seu entorn té una successió de coves naturals al costat d'un rierol que sempre baixa sec. En elles han creat la seva llar un grup d'heroïnòmans deteriorats pel consum, que se separa poc dels seus subministradors. Dos cops per setmana l'associació Àmbit Prevenció aparca una de les seves furgonetes d'assistència per fer intercanvi de xeringues i atenuar els danys en el col · lectiu de toxicòmans.

La presència de la droga a Ca n'Espinós és tan real que després de la deflagració, els Mossos van trobar 190 grams de cocaïna, 90 grams de substància per al tall - serveix per adulterar la droga i incrementar el seu pes - i 200 grams de haixix. La droga va volar des d'alguna finestra després del sinistre i els agents la van trobar sense amo al carrer. Amb certesa hi va haver qui va confondre el soroll de la deflagració amb el so dels subfusells dels Mossos quan enderroquen portes per fer batudes. Altres van tenir temps d'amagar en un lloc segur en els primers minuts de confusió.

Quan els Mossos d'Esquadra es van desplegar a Gavà, ara fa un any, els veïns de Ca n'Espinós els van demanar que tallessin el flux de toxicòmans. A diferència de Can Tunis, on els heroïnòmans accedien discretament en l'únic autobús que els traslladava directament al supermercat de la droga, a Gavà la majoria arriben amb tren o amb autobús, i alguns inicien una processó pel centre de la població fins a la masia . Una desfilada que va provocar queixes veïnals i que va forçar la policia autonòmica a muntar controls intermitents a la carretera principal d'accés al barri per dissuadir els compradors.

REBEL.LIÓ DELS GITANOS

Però això no ha estat més que una tènue tireta en una ferida que fa massa temps que sagna. Durant un temps, un grup de famílies gitanes assentades al barri realitzar un tímid intent de revelar-se contra els traficants. "Ens ofeguem. I el pitjor no és que no puguem respirar. El pitjor és que estem condemnant als nostres fills a no tenir més sortida que el tràfic o el consum de drogues", va comentar fa pocs mesos un d'aquests gitanos a aquest diari.

Aquell intent va quedar ofegat per les amenaces dels traficants i per les promeses incomplertes de l'administració local que va prometre solucions urgents. Entre el paquet de draps urgents per calmar la ferida hi havia la decisió d'aixecar la futura comissaria dels Mossos de Gavà al proper barri de les Ferreres, que abans també va patir el flagell de la droga. El nou equipament policial està en obres i no està previst inagurarlo abans de finals del 2009.

Però la proximitat policial no resoldrà els conflictes que pateixen els veïns de Ca n'Espinós "Cal arremangar, tenir la dignitat de reconèixer que hi ha un problema i tenir la voluntat de solucionar. Ningú ha dit que sigui fàcil. Però ens mereixem que, com a mínim, ho intentin ", resumeix un veí.

L'autocrítica de Charles Duchaussois, en Flash: "El drama dels drogoaddictes quan deixen de drogar: el record del seu calvari s'esborra ràpidament, el record dels seus plaers exacerba cada vegada més". Són testimonis en primera persona, però també hi ha qui s'acosta a aquest món amb un distanciament més literari. És el cas de Pau Arenós, que en el seu conte ionqui (nosaltres no érem prou moderns), també retrata la realitat de Can Tunis: "Hi ha toxicòmans que mai surten d'aquí, que viuen sota el pont per estar a prop dels camells. Es punxen fins a 12 vegades al dia ". En una de les fotos, apareix un d'ells, amb la xeringa clavada al braç i, darrere, una pintada que resulta ser el més impressionant dels peus de foto: "La força està en tu".

Els rostres de Can Tunis ( El Periódico )

El llibre ' Rastres de rostres en un prat vermell ( i negre ) ' retrata la vida de les persones que van habitar a la falda de Montjuïc durant la república , on abundaven els carnets de la CNT

Els desnonaments i la solidaritat veïnal per intentar impedir-los o per reubicar les famílies un cop expulsades de les seves llars no s'ha inventat a la Barcelona postestallido de la bombolla immobiliària . Gairebé tots els habitants de les Cases Barates del Prat Vermell , aixecades el 1929 per a l'Exposició Universal , es van involucrar en una llarguíssima vaga de lloguers que va perdurar durant tota la república , «amb les seves incessants desnonaments i amb els seus permanents demostracions de solidaritat » , com s'apunta en Rastres de rostres en un prat vermell ( i negre ) . Les Cases Barates de Can Tunis a la revolució social dels anys trenta , ( Editorial Virus ) , llibre acabat de publicar per Pere López Sáchez , que narra la història de les gents que van habitar la barriada , històricament titllada de marginal , però que presentava «un cabal de dignitat , afany de cultura i ànsies d'emancipació que jeia als peus de Montjuïc » , que López Sánchez s'ha encarregat de rescatar i reivindicar .
 Protagonistes del munt
 En els seus més de 400 pàgines , l'autor proposa , segons explica Tomàs Ibáñez al pròleg , amb el suggerent títol La mort mai venç a la primera, « glossar la gesta de qui van ser protagonistes de la pila d'aquella revolució », en el barri en el que a la casa en la qual no hi havia un carnet de la CNT era perquè hi havia dos . « Protagonista de la pila » com Lucio José Gómez Araniz , anys més tard exiliat i el nom apareix a la llista de 276 « individus classificats com anarquistes perillosos » que la Direcció de la Seguretat de la Policia francesa va declarar « estrangers a vigilar estretament » , o Andrés Navarro, el Alfals , militant del Sindicat de la Fusta de la CNT , allistat com a milicià a la Columna de Durrruti , de la qual va desertar , va participar en els combats de maig de 1937 i va ser enviat a un batalló disciplinari .
 «Això podria ser Mònaco o Montecarlo ! » . Aquesta realista i crua declaració obre el recorregut de testimonis que encaixa López Sánchez . « Aviat d'allò no quedarà res , per més que pretenguin entestar-se a recuperar els noms vells : Prat Vermell ?, Marina ? , Però ... Què prats ? Què marina ? Millori que el deixessin a la Zona Franca . Que sona lleig ? ¿ Que té poca espurna ? Que és massa gris o poc verd ? ... » , Prossegueix , crítica , aquesta mateixa veu en el mateix capítol .
 Rastres de rostres en un prat vermell ( i negre ) relata així a través d'entrevistes a fruit un tenaç treball d'investigació , com aquella gent desallotjades per no tacar la imatge de la ciutat per a l'Expo «aviat es van unir perquè aquell recòndit i inhòspit racó fos seu » . La història d'una gent que « van lluitar i van apostar per un món millor » . El seu llegat va ser l'Ateneu Cultura de Defensa Obrera , la llarga vaga de lloguers , les moltes lluites a la fàbrica del Prat Vermell , a les Arenes, a la Alena , i en moltes altres .
 L'obra de López Sánchez , especialista en « les Barcelones rebels » inclou també un emotiu àlbum fotogràfic de l'època.


Al descampado de Zona Franca sólo van toxicómanos errantes y voluntarios de organizaciones humanitarias. El Pais 28/03/2000

Can Tunis, droga i arbustos

Al descampat de Zona Franca només van toxicòmans errants i voluntaris d'organitzacions humanitàries. El Pais 28/03/2000

Els primers 15 minuts al barri de Can Tunis , al costat de la Zona Franca , són desoladors . A una banda, la ronda Litoral , a l'altre, un grup de barraques en què viuen famílies gitanes a l'espera de ser reallotjades en diversos punts de la ciutat en els propers dos anys . I al centre , un descampat de terra amb alguns arbustos , darrere dels quals alguns toxicòmans atrapats pel mico calmen la seva desesperació injectant 1 dosis.A les tres de la tarda, com cada dia de dilluns a divendres , una furgoneta de Metges sense Fronteres aparca al descampat i obre les seves portes . Quatre voluntaris s'encarreguen de subministrar als drogoaddictes bossetes esterilitzades que contenen una xeringa , una ampolleta d'aigua i unes tovalloletes d'alcohol per evitar infeccions en punxar . També els donen un condó . La part posterior del vehicle s'utilitza per curar les ferides causades per puncions a les venes mal fetes , i per informar, als que ho demanin , dels serveis mèdics , socials i de desintoxicació que hi ha a la ciutat.

A mesura que avança la tarda , Can Tunis perd el seu aspecte tenebrós i alguns toxicòmans es van acostant a la furgoneta . Uns conversen amb els voluntaris , que ja els coneixen , altres van a la infermeria a curar-se i altres van a demanar informació per deixar la droga . Es respira un ambient tranquil, gens agressiu : "Mai hem tingut cap problema amb ells" , diu Isabel , una de les voluntàries . Pel fons apareix un home oscil · lant , camina lentament , arrossegant els peus . S'adreça a Isabel i li explica que se'n va anar a inscriure al programa de metadona que li va recomanar , però que fins la setmana que ve no comença : "I què faig jo fins dimecres ? " , Li pregunta , desconsolat . Explica que porta des dels 14 anys en el món de les drogues , que va aconseguir deixar-ho durant nou mesos gràcies a un tractament amb metadona però va tornar a caure . "Per què ? " . "Aquesta mateixa pregunta me l'he fet jo milers de vegades".

Jordi , un simpàtic català de 29 anys , també vol desenganxar . Explica que va començar fumant porros , però que un dia , quan tenia 20 anys , va sortir de marxa amb uns amics i per aguantar més esnifaron una ratlla d'heroïna : " I em vaig enganxar . Vaig estar enganxat durant cinc anys . Després vaig anar a una granja de desintoxicació i vaig sortir nou . Fèiem tallers , vaig aprendre a muntar a cavall ... el vaig deixar del tot ! Però després de tres anys , per celebrar el meu aniversari , em vaig ficar una ratlla pensant que no passaria res i als tres dies vaig tornar . d'això fa un any i mig . Només vinc els divendres i els dissabtes , i gràcies que tinc una feina que em manté ocupat " . Jordi vol deixar-ho i reconeix que els voluntaris de Metges sense Fronteres els ajuden molt, tot i que afegeix : "Per sortir de les drogues només cal una cosa: voluntat . El que passa és que hi ha alguns que estan tan deprimits que diuen que només volen morir . Però és mentida , són els primers que volen viure".

Isabel explica que hi ha dos grans grups de consumidors de droga a Can Tunis . D'una banda hi ha aquells que treballen i van a Can Tunis a buscar la droga , es punxen i se'n van. Realment ningú diria que són toxicòmans . L'altre grup el formen els que viuen per i per a la droga . La majoria prové d'entorns desestructurats i viu al carrer oa la intempèrie en els terrenys que envolten el barri, en unes condicions higièniques penoses.

La droga de Can Tunis , explica Isabel , és molt dolenta i no aguanta res , de manera que els que estan molt enganxats necessiten dosis cada quatre o cinc hores . Alguns d'ells no tenen forces ni per arribar a la furgoneta . Estan tirats darrere dels arbustos . Els voluntaris s'acosten a ells , els pregunten si volen xeringues i recullen les usades per evitar infeccions de sida o d'hepatitis , que són les més freqüents . Consuelo , responsable financera del projecte , explica que es tracta d'un programa de prevenció i reducció de danys : "No intentem forçar-los a que deixin les drogues . Si ells volen els derivem als centres d'assistència sociosanitària , però si no volen o no poden , no els deixarem penjats . Si es droguen , almenys que ho facin amb una bona higiene .

Metges sense Fronteres porta un any treballant a Can Tunis . Segons la seva opinió , la millor estratègia per millorar les condicions de vida dels toxicòmans és la instal · lació d'un centre d'atenció sociosanitària amb una sala per a la injecció controlada , atenció mèdica, orientació social , suport psicològic , menjar i programes de desintoxicació.

No obstant això , després de les queixes dels veïns de la Zona Franca per la possible instal · lació d'una narcosala ( el local per a la venopunció controlada ) a la zona , l'alcalde de Barcelona , Joan Clos , va anunciar fa uns dies que no s'instal · larà aquest servei , sinó una instal · lació mòbil , possiblement un autobús , que ampliarà l'horari que ara cobreixen Metges sense Fronteres i Àmbit Prevenció , l'altra ONG que va a Can Tunis als matins . Són poc més de les cinc de la tarda. Els voluntaris recullen les seves coses i s'acomiaden de Can Tunis . Alguns toxicòmans també se'n van, altres passaran la nit allà, perduts després dels arbustos.

 

El 'bus de la droga' a Can Tunis deixa de circular i dóna pas a una nova línia

Del Paral·lel al Prat, passant per Zona Franca. 20 Minuts. 27/06/2006

La línia 38 d'autobús, coneguda com el bus de la droga, perquè transportava els toxicòmans de Can Tunis, va fer ahir el seu últim viatge. Amb la desaparició del poblat de barraques i amb la posada en marxa, a partir d'avui, de la nova línia 21, el 38 ha passat a la història. El nou servei cobrirà ara el trajecte entre l'Avinguda Paral·lel i l'estació de Renfe de l'Prat de Llobregat, passant pel polígon industrial i logístic de la Zona Franca i seguint la Ronda Litoral. El 21 augmenta les prestacions del 38, per la qual cosa s'espera captar nous usuaris. El bus connecta amb Mercabarna i les indústries de la Zona Franca, on hi ha més de 43.000 llocs de treball directes. Per als veïns del Prat, el bus 21 suposa un mitjà de transport directe al centre de Barcelona, ??sense passar per la Gran Via i la plaça d'Espanya. A més, la connexió amb Renfe permet fer transbord amb el servei de Rodalies o diverses línies urbanes de bus del Prat de Llobregat. A Barcelona, ??el recorregut del 21 és curt i directe (www.tmb.net), amb origen i final a Paral·lel cantonada Fontrodona (connecta amb l'L2 i L3 de metro i amb els busos 20, 24, 36, 57, 61, 64, 91, 120, 121 i 157). El 21 funciona tots els dies, amb freqüències de 20 minuts els laborals i 30 els dissabtes i festius.